Si en algo suscita unanimidad Trump es que sus formas distan mucho de la exquisitez que se supone a los diplomáticos, maestros de la sutileza y de lanzar mensajes entre líneas.

Incluso nuestro diccionario recoge dos acepciones de diplomacia que tienen que ver con la cortesía y el disimulo. Donald Trump, por el contrario, va por el mundo con su bate de beisbol, de momento en forma de aranceles, y más o menos consigue lo que quiere. 

En su haber ya cuenta con pequeñas, pero significativas, victorias frente a Gustavo Petro, Claudia Sheinbaum y Justin Trudeau, exponentes de la izquierda del continente americano, pero con enormes diferencias entre ellas. 

El colombiano Petro es un exguerrillero del M19, populista de izquierdas que no pasa por su mejor momento en la presidencia, al menos de cara a renovar su mandato. Poco le duró su altanería con Trump con el envío de aviones de colombianos, rechazados en la entrada del país, probablemente porque se le transmitieron amenazas creíbles. 

Justin Trudeau es un ejemplo del izquierdismo woke blandito. Hijo de Presidente, ha sido criado entre algodones y cree que todo el mundo es maravilloso, siendo él uno de los salvadores del planeta y la humanidad. El tío Donald le dio una buena lección de espabilina, probablemente innecesaria, y ahora colabora con los servicios aduaneros norteamericanos con la fe del converso. 

Pero sin duda la más lista de clase es, de momento, la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, o mejor dicho la doctora en ciencias físicas e ingeniera Sheinbaum. Su postgrado lo realizó en Estados Unidos, a caballo entre Berkeley y Stanford, y su vida ha estado marcada por el mundo académico y el político.

Ella sí que ha sido diplomática y ha sabido apaciguar, al menos de momento, a Trump, dando una lección de saber estar y de gestión de crisis. Sus buenas maneras ya se vieron cuando ganó las elecciones presidenciales, algo que estaba más que cantado.

Lo que no estaba previsto era que su partido, el populista Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, ganase con mayoría suficiente para cambiar hasta la Constitución. Los mercados se asustaron y para calmarlos nombró a sus ministros de manera muy rápida, la gran mayoría tecnócratas educados en Estados Unidos. 

Es altamente probable que los Estados Unidos de América acaben entendiéndose muy bien con los Estados Unidos Mexicanos, entre otras cosas, porque ambos se necesitan. 

Lo importante no es lo que dice Trump, si no entender qué es lo que quiere conseguir para negociar mejor. Quiere una mayor presencia en el Ártico, no comprarse Groenlandia.

Quiere apoyar a Israel en su plan de sacar fuera de Gaza a Hamás, no hacer un Marina d’Or en Oriente Medio. Quiere que Europa compre su gas y sus armas y que contribuya más al presupuesto de la OTAN, no que Rusia la invada. 

Histriónico, tosco, hasta burdo, pero probablemente el 47 presidente de los Estados Unidos va a conseguir muchas cosas para los suyos. De momento, además de que se hable de él y de reforzar sus vecinos la vigilancia de sus fronteras, Toyota, Softbank, Isuzu y el fondo soberano saudí han anunciado nuevas inversiones en Estados Unidos, y esto no ha hecho más que empezar.

Si los aranceles se van a quedar o no, y si son buenos o malos para la economía en el medio plazo, está por ver. De momento son un arma de disuasión. Mejor eso que otro tipo de amenazas.