El otro día, un experto de la agencia de innovación de Luxemburgo me estuvo preguntando cómo gestionamos en Cataluña los activos digitales.

Todo vino después de ver las últimas decisiones de Trump sobre las inversiones en inteligencia artificial (IA), la presentación de las IA chinas como Deep Seek, y el tsunami provocado en las bolsas.

No hay duda de que el valor de las principales compañías del mundo no está en sus edificios ni estocajes, ni en el número de fábricas o empleados, sino en datos, algoritmos y activos digitales.

En la nueva economía, el poder no lo tiene quien produce más bienes físicos, sino quien sabe gestionar mejor la información. Y aquí surgió la pregunta en clave local: ¿cómo estamos gestionando nuestros activos digitales?

Le expliqué que tenemos muchos de los ingredientes para ser un referente en la nueva economía digital; de hecho, ocupamos un buen puesto en el índice DESI.

La administración electrónica avanza con buenas herramientas además de tener un rico ecosistema de talento con universidades, centros de investigación y tecnológicos además de infraestructuras de primer nivel.

Pero el talento y la tecnología no son suficientes sin una estrategia clara que convierta estos activos en un motor de crecimiento, competitividad y soberanía tecnológica.

Luxemburgo, me explicó, ha adoptado los activos digitales como un bien estratégico para el país.

No estamos hablando solo de datos administrativos o plataformas gubernamentales, sino de un patrimonio digital que debe ser gestionado con la misma visión con la que se protegen los recursos naturales o el patrimonio cultural porque incluso el patrimonio cultural ahora es también digital.

Bases de datos, identidades digitales, infraestructuras de inteligencia artificial, modelos predictivos y hasta registros en blockchain forman parte de un nuevo modelo de valor que puede transformar una economía y, si no, que se lo pregunten a El Salvador.

Aquí es donde entra en juego otro concepto importante: la tokenización de los activos digitales o la segunda revolución de la propiedad como lo llaman coloquialmente.

Luxemburgo, con apenas 650.000 habitantes, ha convertido la gestión de activos digitales en una prioridad estratégica, creando un marco legal para la tokenización de activos, incluyendo bienes inmobiliarios, productos financieros e incluso registros de propiedad intelectual como han hecho otros países.

Si Luxemburgo ha sabido innovar desde su escala, Cataluña tiene el potencial de hacerlo.

No basta con digitalizar la Administración o fomentar startups tecnológicas; la clave está en construir un nuevo modelo donde la innovación digital se traduzca en un impacto tangible en la economía y la sociedad.

La inteligencia artificial, el análisis de datos y la blockchain no son solo herramientas tecnológicas, sino elementos que deben integrarse en una estrategia global de crecimiento y competitividad.

Cataluña puede adoptar esta visión, combinando la protección de sus activos digitales como valor intangible.

Para eso debe reforzar la protección y gobernanza de los datos; si no, seguirá dependiendo de infraestructuras externas que pueden condicionar su desarrollo digital.

No basta con tener tecnología avanzada; se necesita una visión que reconozca el valor de los activos digitales y los administre como un pilar estratégico del futuro

El mundo avanza hacia una economía basada en el conocimiento, los algoritmos y la inteligencia artificial, así como otros activos intangibles incluyendo los digitales.

No se trata solo de innovar, sino de hacerlo con una hoja de ruta que garantice que el valor generado se quede aquí y beneficie a su ciudadanía.

En un mundo donde quien controla los datos controla el futuro, no actuar no es una opción. La pregunta no es si Cataluña debe subirse a esta ola, sino cuándo.

Y para responder a esa pregunta, primero hay que saber dónde están nuestros activos digitales y cómo los convertimos en el nuevo motor de nuestra economía.