Parece que, en sus correrías europeas, Comín no metía mano solamente a la caja, lo cual habla muy bien de su honradez. Si se hubiese contentado con meterla en la caja, la mano, digo, se le podría acusar de malversador, incluso de ladrón. Ahora que sabemos que esas manos largas se dirigen a cualquier cosa cercana, inmóvil o semoviente, incluido un asesor de Junts si tiene la desgracia de ponerse a tiro, Toni Comín se nos aparece mucho más humano y cercano.
No es que el pobre se metiera en el bolsillo el dinero ajeno para disfrutarlo, simplemente es que sus manos cobran vida propia, van a su aire, como puede corroborar el asesor que acaba de denunciarle por acoso sexual en el trabajo.
En otro tipo de delitos, quedaría por demostrar la culpabilidad del acusado, pero tratándose de acoso sexual, el signo de los tiempos es decirle al denunciante “yo sí te creo, hermano”, y pasar directamente a denigrar al acusado.
No será el caso de este artículo que, como ha quedado dicho desde el inicio, trata precisamente de disculpar a un pobre hombre que jamás ha llevado a cabo nada de provecho -para la comunidad, me refiero, puesto que para provecho propio ha demostrado ser un infatigable trabajador- y es víctima de unas manos demasiado largas, las suyas propias.
Al principio de su estadía belga se contentaba con aporrear las teclas del piano, hasta que los demás inquilinos de la Casa de la República debieron de instarle a buscar otra ocupación para esos magníficos dedos. Que una cosa es exiliarse y la otra tener que soportar la tortura de un tipo que se empeña en destrozar a Chopin y a Liszt desde buena mañana.
-Niño, ¿No puedes hacer otra cosa con esas manos? Que esto no hay quien lo soporte.
Y allá que se fue, a por los fondos del Consell de la República. Venga viajes, venga opíparas cenas, venga vacaciones y venga funerales de mamá, y suerte que madre no hay más que una, porque hasta eso cargó a las cuentas, según se ha revelado.
La cuestión era tener las manos ocupadas, para que se mantuvieran alejadas del piano. Si alguien descubría la malversación, seguro que la preferiría a tener que escuchar alguna sonata en re menor, eso jamás, por Dios. Sin embargo, al final también alguien se hartó de que faltara sistemáticamente dinero en la caja del Consell, probablemente fue alguien que se disponía también a apropiárselo.
-Niño, ¿No puedes hacer otra cosa con esas manos? Que ya casi nos has dejado sin un euro.
Y allá que se fue, a por algún asesor de Junts en el Parlamento Europeo. Por fortuna, en los partidos políticos nunca faltan asesores para lo que sea, e igual encuentras uno a quien encargarle que te redacte un informe sobre la necesidad de que los roscones de reyes puedan seguir escondiendo en su interior un haba y la figurita de un rey (juro que no me lo invento, a esas cosas se dedican sus señorías) que otro a quien palparle el glúteo, que no solo de informes vive el hombre.
El problema es cuando confundes al uno con el otro y a quien metes mano es al que venía al despacho con la recatada y única intención a escribir un memorándum. Se conoce que eso es lo que le sucedió a Comín, por lo menos si nos creemos la versión del acosado, y en España esta versión es dogma de fe.
- Niño, ¿No puedes hacer otra cosa con esas manos? Que estoy casado y además no me gustan los hombres.
Veremos a donde van a parar esta vez las manos de Comín, esas manos autónomas, visto que en ningún lado las quieren. ¿Para qué van a servir ahora esas manos de dedos, tal vez demasiado largos, una vez han sido apartadas del piano, de la caja de caudales y de culos ajenos?
Para trabajar, seguro que no, eso es lo único que no han hecho jamás, y no es cosa de romper tan bonita tradición.