En Quaderni dal carcere, Antonio Gramsci desmontó el concepto de clase y sus residuos corporativos para incorporar en los avances sociales al conjunto de la sociedad.

El político y filósofo italiano obvió, hace un siglo, todo prejuicio o incrustación sindicalista para influir en la percepción y la conciencia de las mayorías. Aquella ruptura con la tradición de la izquierda inspira ahora la recomposición que persigue el president Salvador Illa al recuperar la institucionalidad. La política germina en las ideas, pero solo florece en las instituciones.

Los círculos del poder favorecen a la cuota catalana en el Ibex 35, como se ha visto con el nombramiento en la presidencia de Telefónica de Marc Thomas Murtra, presidente de Indra y un hombre de la nomenclatura de Illa.

Como es bien conocido, el movimiento en Telefónica es producto del pacto entre los dos accionistas de referencia en la operadora: la Sepi y La Caixa, que han contado con el plácet de otros accionistas institucionales, como Saudi Telecom y BBVA.

Sobre el tablero de los núcleos de control, la llegada de Murtra y la salida del anterior presidente de la operadora, Álvarez-Pallete, expresan un cambio de liderazgo cultural en la clase dirigente. La prevalencia de un grupo social no solo se mide por su potencia económica, ni por su cuota de poder político; suman también el consenso moral y la apuesta de futuro.

El salto producido en España desde que Aznar nombró a Villalonga y a César Alierta en Telefónica hasta el desembarco de Murtra lo muestran a las claras. El poder no es la única manivela en la correlación de fuerzas en las llamadas cien familias.

En los últimos años, Telefónica ha perdido competitividad y cuotas de mercado en el planeta. La construcción de su narrativa cede ante las amenazas del nuevo mundo digital marcado por el oligopolio de las redes, según los argumentos del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, y del secretario general de Asuntos Económicos y G20, Manuel de la Rocha, en el gabinete de Moncloa.

Restituir la eficiencia y volcar sus logros sobre el momento ético-­político es lo que define una supremacía concluyente de las utilidades sobre los intereses materiales.

En España se dirime la misma batalla que en Estados Unidos, donde los Musk, Bezos o Zuckerberg han ganado sobre Soros y Bill Gates, como se visibilizó en la ceremonia de toma de posición de Trump en Washington.

Allí, la religión populista ha derrota a la razón, mientras que, en España, el Estado se fortalece en plena guerra híbrida y tecnológica en empresas, participadas por la Sepi, como Ebro, Enagas, Redeia, Airbus, Correos, Navantia y la misma Indra.

La apuesta de Illa en Telefónica retoma la iniciativa del lobi catalán en Madrid, en la etapa de Narcís Serra o Ernest Lluch que fueron barridos por la infructuosa Nueva España de los Cortina, Blesa, Alierta, etcétera.

Ahora, Sánchez es directo: refuerza, a los ojos de todos, la presencia de la cuota catalana. Illa es su motor inspirado en el pensamiento gramsciano, cuando trata de fortalecer a la sociedad civil por medio de alianzas entre lo público y lo privado, como han hecho la Sepi y la Fundación La Caixa, presidida por Isidro Fainé.

Salvador Illa mueve los hilos: teje, junto a Fainé, la red de Penélope, en tiempos oscuros.