Los historiadores especializados en el final de la Unión Soviética no han dejado de hacerse la pregunta de si Mijaíl Gorbachov buscaba con su política de reformas una actualización del espacio soviético o su implosión.
Parece evidente que el último presidente del país de los Soviets no quería la desaparición del Estado que él presidía, lo que resultó el fin de su trayectoria política.
No fue exitoso en sus reformas, pero Occidente lo aplaudió por el resultado factual de su política –el fin del comunismo– sin entrar a analizar su ejecutoria como gobernante.
El Kremlin del tardo comunismo soviético reprimió con fuerza la población civil. Así sucedió en abril de 1989 en Tiblisi o en la masacre de enero de 1991 en Vilna. Dos episodios más de represión deben considerarse entre los más sangrientos de los últimos meses del mandato de Gorbachov.
A finales de enero de 1991, los acontecimientos de las barricadas en Riga mostraron los primeros compases de la oposición democrática letona contra un régimen que estaba notando que perdía el control de sus repúblicas.
Del conjunto de episodios de represión del tardo comunismo soviético, cabe señalar el 20 de enero de 1990 como el día de los acontecimientos más sangrientos contra civiles en los estertores de la Unión Soviética. Se produjo en Bakú y es conocido como enero negro en las páginas de la historia de la república caucásica.
Los hechos de Bakú del 20 de enero de 1990 se consideran uno de los acontecimientos más sangrientos y significativos en la lucha contra el régimen comunista.
La tragedia no sólo tuvo el mayor número de víctimas que cualquier otro tipo de protestas del final de la Unión Soviética, sino que es clave para entenderlo como un momento definitorio de la identidad poscomunista de una nación de ocho millones de habitantes que llevaba más de 100 años viviendo en el foco de los conflictos del Cáucaso del Sur.
El llamado enero negro en Bakú se considera el momento de máxima virulencia en el intento de dominio ruso sobre la región. El movimiento nacional en Azerbaiyán, ya muy vivo en aquellos años, y el conflicto de Karabaj son las dos causas principales de la tragedia.
La Unión Soviética estaba perdiendo el control de su territorio especialmente en dos zonas: las repúblicas Bálticas y algunas Repúblicas del Cáucaso del Sur.
A causa del número tan elevado de víctimas en los choques del 20 de enero de 1990 se produjeron una cadena de reacciones como la desafección masiva de la población respeto al Partido Comunista, una resistencia inesperada por parte del Kremlin en el conjunto del país, la oposición al régimen comunista, la lucha desarmada contra el ejército e incredulidad hacia el sistema comunista.
Como resultado de la tragedia de enero, 131 civiles murieron y 744 más resultaron heridos en Bakú y regiones cercanas. La mayor parte de los dirigentes del APF fueron arrestados, mientras que Azerbaiyán quedó marcada por un impacto que definiría su identidad postsoviética.
El entierro de las personas que murieron el 20 de enero sacó a las calles a más de un millón de personas en un país que en aquellos momentos contaba con ocho millones, muchos en las regiones mal comunicadas.
Los acontecimientos del 20 de enero suponen un punto de inflexión no sólo en la historia de Azerbaiyán, sino también en la historia de la URSS y de su último líder.
Los hechos destruyeron la burbuja ficticia de una unión “voluntaria” de naciones “fraternales” y la “amistad de los pueblos” que se presentaron como valores fundamentales de la Unión Soviética.
Con estas olas de represión quedó tocada la reputación del “progresista y prodemocrático” Gorbachov, cuyas políticas de glásnost y perestroika no consiguieron la modernización de la Unión Soviética, sino una mayor competencia entre las repúblicas que la formaron.
Para entender los acontecimientos en el Cáucaso del Sur en las últimas décadas es muy relevante preguntarse por qué en 1988 el Kremlin permitió que fuerzas armadas armenias ocuparan parte del territorio de la República de Azerbaiyán.
Lejos de sofocar el deseo de libertad, los trágicos acontecimientos del enero negro reforzaron la determinación de los azerbaiyanos de alcanzar la independencia.
La brutalidad de la operación militar provocó una renuncia masiva al Partido Comunista y llevó al Soviet Supremo de Azerbaiyán a condenar los actos soviéticos. Esta barbarie marcó un paso fundamental hacia la independencia de Azerbaiyán, que llegó en 1991 tras 71 años de ocupación.
Para entender la historia moderna del Azerbaiyán es clave el impulso catalizador hacia la independencia que supuso el impacto de la agresión física y emocional del enero negro.
Si se quiere entender complementariamente y exhaustivamente la historia moderna del país y su relación de verdadera independencia de los bloques, se debe entender en qué contexto se produjo la invasión armenia de parte del territorio azerbaiyano a partir de 1988.
En el contexto del colapso de la Unión Soviética, Armenia ocupó un 20% del territorio de Azerbaiyán incluido lo que en aquel momento se conocía como el Óblast Autónoma de Nagorno-Karabaj (NKAO) así como siete regiones colindantes.
La primera guerra de Karabaj empezó en 1988 (aún en tiempos de la Unión Soviética) y terminó en 1994 (cuando ya habían nacido los Estados independientes de Armenia y Azerbaiyán).
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó varias resoluciones unánimes condenando la acción armenia y exigió “la retirada inmediata, completa e incondicional” de todas las fuerzas armenias de todos los territorios ocupados de la República de Azerbaiyán.
Por ejemplo, las Resoluciones 822 (30 de abril de 1993), 853 (29 de julio de 1993), 874 (14 de octubre de 1993) y 884 (12 de noviembre de 1993) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenaron cada una la agresión armenia y pidieron “la retirada de todas las fuerzas ocupantes de […] zonas ocupadas de la República de Azerbaiyán” (citando la Resolución 822).
Tras la guerra iniciada por Armenia y a partir de a principios de la década de 1990, cientos de miles de azerbaiyanos fueron desplazados de su tierra natal en la región de Karabaj y los distritos colindantes.
Durante casi tres décadas, estos territorios permanecieron bajo ocupación, mientras la sociedad y las autoridades de Azerbaiyán intentaron hacer partícipe a la comunidad internacional de la flagrante violación del derecho internacional público y de la soberanía de su país.
No siempre fueros bien recibidos por actores relevantes del concierto de naciones, especialmente cuando la política interna de algunos países tenía un mayor peso que el apoyo a la parte agredida. Estoy pensando en la política interna francesa, pero también en algunos episodios de la política pretérita norteamericana.
La segunda guerra de Karabaj, en 2020, y la decisiva operación militar de 2023 en la región de Karabaj pusieron fin a la ocupación de los territorios azerbaiyanos.
Con la retirada de las fuerzas rusas de mantenimiento de la paz de la región de Karabaj, en abril de 2024, Azerbaiyán logró restablecer su soberanía sobre todos sus territorios reconocidos internacionalmente.
Esto que parece tan evidente hoy, se vivió con sufrimiento y una amplia ambigüedad de destacados actores internacionales.
Mientras el país conmemora el 35 aniversario del enero negro de Bakú, observa con satisfacción el nuevo rol preeminente que ha conquistado Azerbaiyán en la región y en las relaciones internacionales.
Ello representa una lección sobre la importancia de tomar las decisiones acertadas basadas en principios y pensando en el largo plazo. Es una de las características de los liderazgos inspiradores. Los que saben explicar de forma clara y sucinta que el futuro inmediato puede ser de sufrimiento y dolor pero que solamente la justicia la victoria van a prevalecer a largo plazo.