Vivimos en un país enfermo. O mejor dicho, en las redes viven y conviven grupos de mentecatos y memos a los que les falta un hervor. O que les falta simplemente tener la mente abierta, los ojos abiertos y no ser víctimas de su sectarismo maloliente.

Esta semana he sufrido en mis carnes la oleada de gilipolleces que se han dirigido a mi persona por, simplemente, hacer una guasa, una broma en el programa Espejo Público de Antena3.

Susanna Griso cita una información de La Razón que iba firmada por mí. La presentadora del programa me da paso para comentar la información relacionada con el proceso de primarias en el PSOE y queriendo hacer una gracia dije “esa información es mentira. Ah, bueno no, que la he publicado yo”.

Para qué más. Los mentecatos y memos profesionales se tiraron al cuello construyendo toda una filosofía filoimbécil.

A partir de ahí, algún cenutrio pedía incluso mi dimisión -no sé de qué ciertamente- y se decía “ya no disimulan su ansia por defender al líder supremo”. Otros veían incluso una rectificación en lo que solo era una guasa, y a partir de aquí insultos de todo tipo.

Desde barriobajero a otros que prefiero obviar, hasta decir que acusaba al periódico en el que trabajo de mentir. Las mentes en este punto no eran calenturientas, estaban simplemente hirviendo y alucinaban con su retozar en la pocilga.

Estoy convencido de que la mayoría de los que bramaron en las redes no vieron el programa y que mis avezados amigos internautas solo movieron pieza para desprestigiarme. Pueden seguir así. Por mí, van dados, porque no ofende quien quiere, sino quien puede. El problema de toda esta gentuza es que no soportan que haya gente que opinemos contracorriente.

Soy de izquierdas, y sobre todo independiente, y no comulgaré con ruedas de molino ni me plegaré ante los ataques. Esta fauna ha llegado a decir que soy independentista solo por defender a Cataluña. Su mirada es tan mediocre que pena me da, pero visto donde ha tenido repercusión la zafiedad -en medios de la extrema derecha más fascistoide- tampoco me extraña.

El problema es que esto es la realidad en la que vivimos. No se trata de llevarte la contraria, de rebatir tus posiciones de forma legítima. Se trata de humillarte, de vejarte. De utilizar el odio, el menosprecio, para anularte como persona y como profesional. Y de paso, meterte presión para que dejes de defender con pasión tus opiniones.

Una especie de espiral del silencio -teorizada por Elisabeth Noelle Neumann- por la que la sociedad -ahora las redes- amenaza con el aislamiento a los individuos que expresan posiciones contrarias a las asumidas como mayoritarias, o eso tratan de hacer este ejército de mentecatos, de tal forma que el comportamiento de todos quede influido por la percepción que se tiene del clima de opinión dominante. O sea, señalar al discrepante. Les digo una cosa: que esperen sentados.

Llevo más de cuarenta años en la profesión y por suerte digo lo que pienso y pienso lo que digo. Defiendo, con vehemencia, mis posiciones, pero nunca trato de menospreciar al que opina diferente. Y no me importa ni si voy contracorriente, ni si contento al poder, ni si soy simpático.

Lo único que tengo claro es que no bailo el agua a los mediocres que utilizan las redes con la cara tapada porque no tienen ni la gallardía, ni el valor, ni la decencia, de decir las cosas sin pasamontañas.

Por si alguno no lo sabe, la ironía es una burla, sorna o sarcasmo. Una expresión que da entender algo contrario o diferente de lo que se dice. Una broma disimulada. Pero algunos con las orejeras puestas son incapaces de verla y distinguirla. ¡Ah! Y entre sus sinónimos encontrarán uno que seguro que entienden, incluso la cuadrilla de mentecatos: guasa.

Me despido de ustedes, mis mentecatos preferidos, a la espera de más insultos de cara tapada, of course. Sigan disfrutando de su pocilga.