Gabriel Rufián le afea a Puigdemont su insistencia en querer controlar la inmigración, como condición para votar los Presupuestos Generales de Sánchez.
No me puedo imaginar una frontera controlada por el líder de Junts y mucho menos ahora, tras comprobar como Elon Musk, el dueño de la red y asesor de Trump, da su apoyo al AfD alemán, el partido hitleriano, que hace muy buenas migas con la extrema derecha de Austria, gobernada por Herbert Kickl.
Se acerca la internacional ultra, un traje que le vendría muy bien a la señora Orriols, de la xenófoba Aliança Catalana, con posibilidades de obtener unos siete escaños más en el Parlament si ahora se celebraran unas elecciones, según el sondeo del Centro de Estudios de Opinión (CEO).
Ya sabemos que la patria lo es todo para el soberanismo; la patria, aunque sea de correaje y pañuelo al viento, quiere decir llegar al poder, llenarse los bolsillos y comer a diario gambes de Palamós, con un xarrup de ratafía en el postre.
El año nuevo se presenta sin Presupuestos del Estado y sin Presupuesto de la Generalitat, con las dos cuentas públicas de 2025 pendientes de la informalidad de Junts y del dogma infantil de Podemos en Madrid. Es el paréntesis pre-Musk, encajable en el terno ceñido de Santiago Abascal.
El magnate norteamericano llega, te mete en la red y te puedes ahorrar lo que pagas en comunicadores, argumentarios, publicidad, viajes, comidas y demás.
Musk, demonizado por el primer ministro británico, Keir Starmer; el presidente francés, Macron, y el todavía canciller alemán, Olaf Scholz, debe tener algún plan para nosotros, los catalanes. Él ya sabe que aquí las derrotas se veneran y, la verdad, desde los austracistas de Villarroel en Villaviciosa, no se conoce historia análoga a la de los espartanos en las Termópilas.
Si viene Musk se los come de un bocado. Sería un caso parecido al paseo del Reich en la frontera austríaca, celebrado por puro miedo. Austria nunca ha tenido un poder estatal fuerte; disfrutó de un imperio acolchado.
Una vez, en tiempos de Francisco José, los cortesanos de Viena se atrevieron a quejarse al emperador de que la Sophienssal, la sublime sala de baile de los valses de Johann Strauss, no tenía seguridad antiincendios. Eso fue todo. La dinastía de los Habsburgo dejó tras de sí un mundo muelle.
Mientras tanto, Junts tiene que apretar si quiere mandar. Puigdemont trata de fortalecerse en un partido que hace aguas, y esos son los peores. Está perdiendo votos por la derecha y tratará de recuperarlos por el lado mostrenco de la bandera y el tronío montaraz de Zumalacárregui. Es capaz de cogerse a un clavo ardiente.
Puede que se quite la barretina, se ponga la boina orlada de requeté y, ¡hala!, a perseguir rojos por el monte. Me temo lo peor. Musk ya tiene socios en España, pero me pregunto si pronto llegará a las devastadas filas del hombre de Waterloo.