Al igual que nada ha hecho más daño a la sociedad catalana en los últimos 15 años que el separatismo, un estropicio que ha hecho casi inservible el apelativo catalanista con el que mucha gente se sentía identificada, algo parecido se puede decir del destrozo del feminismo en España a manos de una izquierda populista que ha instrumentalizado esa bandera a fin de dirimir sus propias diferencias y lanzarla como arma arrojadiza contra los demás.

Es indiscutible que uno de los mayores progresos que ha vivido la sociedad española en las últimas décadas es en materia de igualdad entre hombres y mujeres. No podemos nunca dejar de celebrarlo, aunque sin perder tampoco de vista que las mujeres no forman una sola clase social ni comparten un mismo universo cultural, sino que existen diferencias sociales, raciales y de estatus entre las propias mujeres.

La mayor discriminación la sufren hoy las cuidadoras, limpiadoras, cajeras, trabajadoras domésticas, jornaleras agrícolas, etcétera, porque sigue existiendo una división sexual del trabajo, sobre cuya realidad el feminismo de las clases medias tiende a pasar a puntillas.

La agenda feminista monopolizada por esa izquierda que nació del 15M ha focalizado en exceso su atención y discurso en el campo de las violencias sexuales, sobre todo a partir del caso de La Manada. Sería injusto ignorar el gran avance social y cultural en los últimos años para señalar y rechazar abusos machistas de todo tipo sobre las mujeres, un progreso que se venía efectuando desde tiempo atrás con un gran acuerdo.

Pero en 2018 se encendió una ola de populismo punitivo a raíz de la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra, que condenó un caso de violación en grupo como abuso sexual, en lugar de agresión, al no apreciar violencia o intimidación, en aplicación del Código Penal de 1995, que en su día fue considerado progresista en esta materia.

Una reforma que podría haberse hecho buscando un amplio acuerdo parlamentario, sin recurrir a la sistemática descalificación de los jueces, y garantizando el rigor técnico jurídico de la nueva norma, se convirtió en una causa de partido, de Podemos y de la ministra de Igualdad, Irene Montero.

La deriva punitiva que encendió el caso de La Manada, junto con un clima de alarma y pánico ante la proliferación de más casos que los medios contribuyeron a difundir, se dio de bruces con una de las consecuencias indeseadas de la ley del solo sí es sí, la rebaja de penas y la excarcelación de bastante agresores.

Los efectos electorales fueron devastadores para el conjunto de esa izquierda a la izquierda del PSOE en 2023. La formación morada a punto estuvo de irse por el sumidero, y Sumar, liderada por Yolanda Díaz, aliándose con todas las confluencias territoriales, rompió frontalmente con Podemos, aunque ahora el efecto bumerán del caso Errejón le ha propinado tal golpe que está por ver si sobrevivirá como partido.

El descubrimiento público de que el exportavoz de Sumar era un sobón toca culos, un maltratador y déspota en sus relaciones con las mujeres, ha conmocionado a su espacio político y a toda la izquierda ya que en sus discursos hacía bandera de la empatía y los cuidados hacia los otros.

Su patético e injustificable comportamiento, que él mismo ha reconocido en una carta delirante en la que achacaba la culpa al neoliberalismo y a otras chorradas más, no puede cegarnos tampoco sobre el tipo de linchamiento que se ha desatado, como acertadamente ha escrito el feminista Colectivo Cantoneras en el blog Zona de Estrategia.

Hemos asistido estos días a la proliferación de denuncias anónimas, no ya solo contra Errejón, convertido en un auténtico monstruo, sino contra otros políticos, aunque sin decir nunca quiénes son, con la periodista Cristina Fallarás haciendo impúdico negocio. La denuncia en redes es inaceptable, más aún cuando nuestra legislación protege claramente a las mujeres que pueden prestar declaración ante un juez sin que su nombre sea desvelado.

Por otro lado, este giro punitivo está dando alas a un nuevo puritanismo (¿acaso las mujeres no tienen tantas formas diferentes de entender el sexo como los hombres?), en el que ellas aparecen como seres frágiles, y en el que fácilmente todo es sospechoso de violencia machista y agresión. Desde ese feminismo punitivo se celebra, como ha hecho la expareja de Errejón Rita Maestre, que la mitad de la población haya perdido la presunción de inocencia ante la primera denuncia.

El caso Errejón tiene muchas aristas, y puede hundir a la opinión pública que sustenta al Gobierno. Lo peor de todo es que el feminismo quede convertido en un movimiento moral, regresivo, para el que lo esencial no son las desigualdades sociales, fruto de la división sexual del trabajo, sino la denuncia sobre si me tocan el culo.