Rinconete y Cortadillo, el buscón don Pablos, el lazarillo de Tormes son personajes asentados en la cultura española. Encarnan al pícaro que, desprovisto casi de medios para subsistir, busca mantenerse a flote en las rendijas del sistema. Nada que ver con los nuevos pícaros, que, rebosantes de dinero y poder, lo utilizan en beneficio propio y, encima, pretenden que les den las gracias.

Y, como los tiempos adelantan que es una barbaridad y la igualdad se expande, hoy no sólo hay pícaros, hay también pícaras y unos y otras pretenden convencer al mundo de que lo que hacen en beneficio propio es, en realidad, a favor de los demás. “Por la causa”, que decían los anarquistas de hace un siglo; por la patria, que afirmaban los rótulos de los cuarteles de la Guardia Civil. Laura Borràs y Oriol Junqueras parafrasean el lema de la Benemérita: “Por Cataluña”. ¿Se lo creen? 

La última hazaña de Laura Borràs, asesorada por ese leguleyo que se llama Gonzalo Boye, ha sido pedir la amnistía para la condena de cuatro años y medio por haber usado dinero del contribuyente para beneficiar a un amigo. La sentencia no es firme porque los ricos, incluso cuando se dan a la picardía, disponen de medios para dilatar los procesos. ¿Con la comprensión de los jueces? Una cosa así sería suficiente para que un partido serio prescindiera de sus servicios o la apartara hasta ver qué pasa.

Junts la ha mantenido hasta hace nada de presidenta, señal inequívoca de que no condena estos procedimientos. ¿Cómo va a hacerlo si depende de Carles Puigdemont?, otro pícaro que no ha tenido nunca una nómina no subvencionada. La afición a la subvención es una actividad contagiosa y Puigdemont se la ha pegado a su mujer quien (¿por ser vos quien sois?) dirige un programa televisivo pagado con dinero de la Diputación de Barcelona. Para eso Junts apoyó a los socialistas en esa institución durante los cuatro años de la pasada legislatura.

El argumento de Laura Borràs para pedir la amnistía es tan jesuítico como el de Oriol Junqueras y en ambos casos más propio de un caradura que de un pícaro. Si este sostenía que no podía hacer el mal porque es católico (sobran ejemplos en contrario), aquella dice que no se la puede condenar porque es muy independentista, tanto al menos como Sílvia Orriols, partido al que Junts permitió gobernar en Ripoll, porque hoy por ti y mañana por mí. Por cierto, ahora Junqueras también se apunta a la xenofobia ¡tan cristiana!

Todo indica que los tribunales no van a aceptar la petición de Laura Borràs, pero nunca se sabe. Siempre habrá un juez que sepa leer el blanco de las entrelíneas. Si la amnistiaran, los que dieron su aprobación a la ley de amnistía deberían irse a casa en el mismo instante que se pronunciaran los jueces. Una cosa es perdonar proyectos políticos caducados y otra aceptar que sean gratis las chorizadas.

Alguien se sorprenderá del argumento de la susodicha, pero no es la primera vez que actúa con esa desfachatez. Quienes pudieron leer el texto que sobre ella escribió Jordi Llovet (texto retirado de las redes tras la amenaza de montones de querellas por parte de los picapleitos de Junts) recordarán que allí se explicaba que en unas oposiciones ella presentó un proyecto muy deficiente; cuando el tribunal se lo echó en cara, adujo que había tenido un parto difícil, lo que le había impedido prepararse mejor. Si además se hubiera roto un brazo, seguro que hubiera exigido el rectorado. Por lo menos. Luego, en otras oposiciones y con otro tribunal ha ganado una plaza, lo que da una idea del nivel académico actual de la Universidad de Barcelona.

No son los únicos pícaros, sin que se sepa bien por qué hay tantos vinculados a partidos políticos. En Madrid muchos de ellos están relacionados por una u otra vía con Isabel Díaz Ayuso, una Borràs a la madrileña. En Valencia, la cosa no pinta mejor, pero Zaplana, ya condenado, duerme todas las noches en su casa. Igualito que Jordi Pujol, defraudador confeso, aún no juzgado (algunos jueces están muy ocupados). Claro que los Pujol y los Zaplana son pícaros de altos vuelos. Comparados con ellos, los familiares de Núñez Feijóo que participan de las ubres públicas de la Junta de Galicia son meros aficionados.

Para todo hay clases: no es lo mismo apellidarse Errejón que Borbón, aunque los dos miren a las mujeres como objeto de la propia satisfacción. Claro que el emérito nunca fue de feminista. ¿Será por eso que se le han tolerado tantas cosas?