El difícil acceso a la vivienda va camino de convertirse en uno de los temas candentes del otoño, motivado por una amalgama de casuísticas que agudizan el problema frente a un grupo de ciudadanos cada vez más amplio y mayoritario.

Comprarse un piso en la ciudad se ha convertido en una misión imposible. Y esto, lejos de parecer algo pasajero, amenaza con enquistarse y poner en riesgo el estilo de vida de los catalanes, especialmente de las generaciones jóvenes.

Los indicadores del sector llevan meses apuntando en la misma dirección. Las operaciones caen de forma considerable, pero el precio de los inmuebles, sin embargo, no frena su escalada.

Para muestra los datos de la Estadística Registral Inmobiliaria, que reflejan, por ejemplo, que en el último trimestre las compraventas y la firma de hipotecas han descendido en Cataluña un 12,2% y un 14,9% respectivamente en relación con el año anterior, mientras que el precio medio de la vivienda se ha incrementado un 2,2% en el territorio y varios puntos más en sus principales núcleos urbanos.

Las consecuencias de este fenómeno resultan cada vez más palmarias y a la hora de buscar razones, a menudo, nos perdemos en análisis coyunturales complejos que nos desvían de lo esencial. Existe un problema real de abastecimiento inmobiliario que se traduce en un gran déficit de oferta y que, además, se ensancha a medida que nuestra población crece y va demandando nuevos lugares para vivir.

Lo de que en nuestro entorno no se construye lo suficiente no es una idea propia. Lo dijo el Banco de España en un informe presentado hace algunas semanas, en el que alertaba de la necesidad de producir 600.000 viviendas nuevas en el conjunto de España con vistas a 2025, para así tratar de paliar el desbalance que exhibe el mercado.

La entidad señalaba, entre otras cuestiones, que el país levanta sólo unas 90.000 viviendas al año –casi tres veces menos de lo que se necesita–, lo que termina derivando en problemas de infravivienda y serias dificultades de emancipación.

Este hecho termina impactando de forma significativa en lugares como Cataluña, que cuentan con núcleos de gran actividad y concentran una densidad poblacional superior a la media. El escenario exige adoptar soluciones y plantea la necesidad de que se den pasos valientes en aras de revertir una tendencia social preocupante.

De hecho, el comportamiento del mercado ya dibuja patrones de compra que difieren de los tradicionales. La tendencia general media de los catalanes a la hora de adquirir una vivienda es apostar por pisos cada vez menos espaciosos, aunque ubicados en zonas próximas a los centros urbanos.

Es algo que pudimos advertir los registradores en nuestro último informe inmobiliario, que reflejaba que las compras que más crecen en nuestra tierra son las de pisos de entre 40 y 60 metros cuadrados, a la vez que las operaciones registradas en torno a inmuebles de más de 80 metros cuadrados disminuyen de forma clara.

Este cambio forzado de hábitos trae también consigo fenómenos que hace poco, tal vez, resultaban impensables. Uno de ellos responde a la reconversión de locales comerciales en desuso en viviendas, algo que ya se practica en algunas ciudades con resultados inciertos.

Sin ser una opción ni mucho menos descartable, sí que debe ponerse el foco en una tramitación rigurosa de las cédulas, que garantice que todo local destinado a este fin reúna las condiciones de superficie apropiadas para que una persona pueda transformarlo en su hogar.

El mercado del alquiler, por su parte, continúa sin exhibir grandes muestras de crecimiento y no emerge como alternativa a la compra. Precios prohibitivos y abanico escaso de opciones en las principales ciudades, derivado de la necesidad de seguridad jurídica de un colectivo de propietarios que durante los últimos ejercicios ha mirado con mejores ojos el uso turístico que el residencial. Recomponer dinámicas en este ámbito sumaría a la causa sin ninguna duda.

Ante los grandes retos urge encontrar fiabilidad. El ciudadano necesita respuestas para vislumbrar un horizonte que ofrezca algo más que la falta de oportunidades. Y no es buena idea dejarlo todo en manos del euríbor.

Pese a que la bajada general de tipos del Banco Central Europeo anticipa un periodo de mayor acceso al crédito –y un previsible crecimiento de las operaciones que ya se ha dejado ver en julio–, las reglas axiomáticas del mercado nos sitúan frente a la necesidad de actuar. Se lo debemos a nuestros hijos y también a nuestra tierra, convertida en baluarte de prosperidad durante décadas para muchas generaciones.