Son estos tiempos de discrepancias políticas. De enemistades irreconciliables. Incluso entre los más cercanos. Se comprende; el voto del cabreo ha dado grandes beneficios a algunos partidos. La gente cabreada tiende a votar al partido que más incordia a los poderes establecidos. Aunque sea irracional. Ahí está Milei, carcomiendo Argentina, elegido porque sus antecesores eran unos impresentables.

En Cataluña, el voto de la ira aupó notablemente a ERC cuando en el Gobierno estaba un PP negado a cualquier tipo de diálogo. Luego, el partido tuvo que gobernar y ya se han visto los resultados: caos en los servicios públicos, sobre todo en sanidad y educación. Es cierto que las bases del desastre las había puesto Jordi Pujol y consolidado Artur Mas, pero ellos al menos lo hacían adrede. Buscaban potenciar el sector privado con plena conciencia de lo que hacían. Igual que hace el PP cuando gobierna. Lo de ERC ha sido pura ineficacia.

Era, por cierto, la ERC que dirigía Oriol Junqueras, quien ahora va de solucionador de todos los enfrentamientos, al tiempo que provoca incendios aquí y allá. En parte se debe a su propia manera de ser. Cuando ha tenido poder, lo ha ejercido de forma prepotente, eso sí, presumiendo de buena persona y gran orador. En realidad, su oratoria es la propia de un cura de pueblo de los de antes, con formación escasa y tendencia al anacoluto.

Sus intervenciones de ahora, claramente airadas, responden al cainismo que anida en los partidos y que aflora cada vez que salen del Gobierno y hay que pugnar con dureza, no ya frente al rival de otro partido, sino contra el colega que quiere el mismo puesto, antesala de un hipotético futuro cargo.

En ERC se vive hoy una lucha cainita en la que los distintos combatientes dan la impresión de no tener nada en común con sus rivales, como si no estuvieran en el mismo partido y, se supone, con un programa que cabe imaginar que se han leído e incluso que han colaborado en su elaboración.

La virulencia de la lucha interna queda amortiguada en el PP porque dispone de no pocas fuentes de poder en las autonomías que gobierna. Antes de las últimas elecciones, la batalla se llevó por delante a Pablo Casado. Pero las espadas siguen en alto, afiladas por la duración de una legislatura que preveían más corta. Como solución han desempolvado el “váyase, señor González” de Aznar (el expresidente de Gobierno con más ministros imputados y condenados, ¡gran ojo el suyo!), transmutado en “convoque elecciones, señor Sánchez”. Mientras tanto, rechazan cualquier tipo de coincidencia con los socialistas por la vía de negar que estos puedan hacer algo bien, aunque sea por casualidad. Es la consecuencia de basar todo un proyecto en el odio y el resentimiento (igual que Junqueras).

Decía Nietzsche, partiendo de Agustín de Hipona, que el resentimiento equivale a tomar un veneno y pretender que se muera el otro. Pero hay que reconocer que Feijóo y Junqueras no están solos en sus pulsiones destructivas. La CUP acaba de anunciar que la única política posible es la del enfrentamiento ¿a guantazos? De momento se limitan a decir que no a todo y a seguir no haciendo nada. Lo tiene crudo: en ambas posiciones compite con Junts y Aliança Catalana, por el sector carlista local, y con Vox, por la vía de los requetés más carpetovetónicos. Mientras los restos de Podemos hacen lo propio, pretendiendo ser de izquierdas.

Todos coinciden en odiar a los demás, sin necesidad de defender un mínimo proyecto de futuro basado en la concordia. En su lugar, se empeñan en seguir abonados a la descalificación personificando en Pedro Sánchez todos los males de la patria. Algunos le llaman “el jefe”, porque la palabra “caudillo” la sienten más propia.

También en el interior del PSOE hay discrepancias, pero el gobierno, con grandes posibilidades de nombramientos, las amortigua. El silencio rencoroso de Susana Díaz queda compensado con un puesto en el Senado, dejando la crítica a García-Page, que ha heredado el papel de jacobino anticatalán que otrora ejerciera el extremeño Rodríguez Ibarra.

La discrepancia es lógica. De hecho, si hay diferentes formaciones políticas es porque hay proyectos diferentes. Pero de ahí a la negación total del contrario hay distancia suficiente como para que quepan posiciones intermedias. Posiciones que nadie parece buscar porque, hoy por hoy, es más rentable la brocha gorda argumental y apuntarse a un bombardeo. A Netanyahu le está yendo la mar de bien. ¿Por qué no imitarle, si resulta gratis?