Aunque el mundo de hoy es multipolar y ya no está alineado en dos grandes bloques, existen dos superpotencias que aspiran a liderarlo. Por una parte, los EEUU, primera superpotencia económica y militar, y por otra, una emergente China -el Imperio del Centro-, dispuesta a plantar cara y desbancar al líder hegemónico. Una Europa cada vez más irrelevante donde el miedo, el odio y la intransigencia se incorporan a su vocabulario político, y donde los populismos nacionalistas ponen en jaque el proceso de construcción europea. En España, la aparición de grupos como Vox y el SALF de Alvise, al apostar por la xenofobia y la intolerancia, deterioran el sistema democrático y arrastran a la derecha tradicional hacia posiciones radicalizadas alejadas del centro político.
El populismo xenófobo marca el paso en Occidente. La derechización del discurso migratorio evidencia la influencia del ideario nacionalista en un momento de profunda redefinición de las sociedades occidentales y de reconfiguración de una parte relevante de sus valores. El auge de las ultraderechas responde al malestar socioeconómico de las clases populares, que estas formaciones radicales aprovechan.
Vivimos en un mundo que parece encontrarse cada vez más lejos de las utopías. Sin embargo, ahora más que nunca necesitamos recuperarlas para volver a la realidad. En muchas ocasiones, no son fantasías, sino una manera de tomar conciencia de algo importante para nuestras vidas.
El mundo en el que vivimos debe seguir apostando por la ciencia como utopía y el futuro de la tecnología. La humanidad pensó que el progreso del saber científico proporcionaría la felicidad a todo el mundo. Hubo una cierta embriaguez del “cientifismo”, fue algo colectivo. Las terribles atrocidades cometidas en el siglo XX supusieron un duro golpe para la utopía tecnocientífica. La estrella de la utopía va perdiendo su brillo, pero no se ha apagado. No hemos renunciado a producir energía como sucede en el núcleo de las estrellas, apostando por el desarrollo del proyecto ITER (Reactor Termonuclear Experimental Internacional), ni llegar a los confines de la conciencia artificial gracias a los avances de la neurociencia. Para la ciencia, las utopías son necesarias no como fantasías, sino como instrumento para tomar conciencia de la realidad y apostar por su transformación. En cuanto al futuro de la tecnología, caminamos a un mundo donde desaparecerán los teclados de los ordenadores y nos relacionaremos con las máquinas a través de la comunicación verbal, hablaremos con ellas. Los vehículos autónomos serán una realidad. Se generalizarán los robots domésticos
Un fenómeno por analizar es la aparición de la inteligencia artificial (IA). Ésta se habrá desarrollado de tal forma en los próximos 30 años que la capacidad de cómputo de los ordenadores excederá en más de 1000 veces la de un cerebro. ¿Las IA podrán tener autoconsciencia, se independizarán del ser humano? ¿Será posible la conexión directa cerebro-red de internet, lo que permitiría entrar en mundos virtuales? El uso de la IA tendrá un potencial extraordinario en una mejor asistencia sanitaria, un transporte más seguro y limpio, una fabricación más eficiente y en la optimización de recursos para una gestión energética más barata y sostenible y del medioambiente (a través de monitorización de variables medioambientales). Al mismo tiempo, habrá que plantearse seriamente y con todo el rigor una regulación de la IA para evitar su uso perverso: así lo ha hecho la UE, regulándola para garantizar mejores condiciones de desarrollo y uso de esta tecnología innovadora.
El ser humano podrá seguir apostando por las utopías del mañana. La revolución energética: la transición hacia un mundo con el 100% de energías renovables, con el hidrógeno (H₂) como vector para la producción y almacenamiento de energía a través de las pilas de combustible. La utopía en el cosmos: la ocupación del planeta rojo (Marte) como colonia de la Tierra, y la búsqueda de extraterrestres, ¿se trata de la última utopía?
El ser humano tendrá que superar los sueños convertidos en pesadilla. El anhelo comunista de una sociedad mejor, libertaria y fraternal puede transformarse y, de hecho, se ha transformado en un horror si se impone por la fuerza. La utopía sionista que apostaba por el advenimiento de un “hombre nuevo” y la promesa de una tierra para la diáspora, convertida en la perversión de la ocupación, mediante la fuerza y la violencia extrema, de un territorio y el genocidio del pueblo que lo ocupaba.
Habrá que prestar más atención al fenómeno woke, definido como “consciente y atento a determinados hechos especialmente relacionados con la justicia social, con el antirracismo, el feminismo y la orientación sexual…”. Aunque nuestro mundo tenga capacidad para acabar con la pobreza, la violencia y las enfermedades, no parece que el factor humano esté apostando por que eso suceda. La salvaguardia del planeta, junto con la lucha por la justicia social y la democracia, deberá formar parte del combate, individual y colectivo, del siglo XXI. Otro mundo posible es necesario. Para ganar el futuro necesitamos no olvidar el pasado y, sobre todo, gestionar el presente para no perderlo.