Durante las cuatro semanas que ha durado la Eurocopa de futbol, la gran mayoría de los ciudadanos de este país llamado España, que algunos se empeñan en llamar Estado Español, se alinearon con su selección y decidieron disfrutar de su primoroso fútbol. La conquista de la Eurocopa supuso el triunfo de La Roja sobre las grandes potencias futbolísticas europeas, entre otras la Francia representada por una selección cuya diversidad cultural y étnica enerva al lepenismo y una Inglaterra cuyos ciudadanos han decidido enterrar décadas de rancio e insolidario conservadurismo.
Durante el tiempo transcurrido hasta el triunfo de “la Roja” el pasado 14 de julio, la mayoría de la sociedad española, salvo las excepciones de algunos ultras periféricos, vibró al unísono. Solo era una ensoñación, la festiva y cutre celebración madrileña el lunes 15 de julio ya auguraba la vuelta a las hostilidades. Posteriormente, personajes como el futbolista Carvajal y el actor trágico cómico Rufián acaparaban la atención de la opinión pública con comportamientos fuera de tono y actuaciones desafortunadas. Sin tiempo para disfrutar del triunfo de “la Roja” se reactiva con intensidad la algarabía de la confrontación. Cierto que ésta ya formaba parte de la estrategia de una derecha que gana elecciones, pero no consigue alcanzar el gobierno de la Nación.
El panorama es poco halagador, las sesiones en el Congreso destilan una agresividad verbal que indica que las relaciones entre los dos lados de las trincheras en la que se ha convertido la Cámara Baja están rotas. La operación caza y captura de Begoña Gómez, que tiene por principal objetivo arrancar la dimisión de su marido, el presidente del Gobierno, se convierte en el tema central de la política española.
Algunos jueces transmiten la sensación de participar en el barullo y la algarabía, como si no les preocupara la imagen de alineamiento con uno de los bandos en contienda.
En el campo de las derechas patrias, el líder ultra Abascal, impasible el ademán, preocupado por la aparición de los casi un millón de votos en las europeas del extravagante Alvise, decide utilizar el miserable pretexto de los menas para romper sus alianzas autonómicas con los populares. En realidad, el motivo principal de la ruptura, al margen de su preocupación por el aliento en el cogote de los chicos del “se acabó la fiesta”, es dar soporte a la operación Patriotas por Europa liderada por el inquietante ultra Viktor Orbán y los lepenistas franceses. Operación que actúa como plataforma de desembarco del “trumpismo” en el continente europeo, buscando la alianza con el zar Putin para debilitar al viejo continente y proceder al reparto correspondiente de zonas de influencia.
Un escenario europeo donde el deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora y de capas medias de la población -a lo que habría que añadir la manipulación e instrumentalización del fenómeno migratorio-podría conducir a la búsqueda de soluciones autoritarias por una parte significativa de la población, dispuesta a dar el salto al vacío, una especie de descenso consciente a los infiernos. A lo anterior habría que añadir el rol combatiente de algunos medios de comunicación y el uso y abuso de las redes sociales para activar la confrontación
Aterrizando en la piel de toro continúan los viejos problemas de nuestra entrópica realidad nacional, uno de ellos el secesionismo catalán en horas bajas pero instalado como siempre en el chantaje permanente al gobierno de la Nación.
Tenemos a un PSOE atrapado en un hiperliderazgo que no facilita el necesario debate interno para actualizar su corpus ideológico y encontrar respuestas a los nuevos retos e interrogantes que plantea el siglo XXI. El PSOE debería reflexionar sobre un hecho incuestionable, ha perdido todas las últimas elecciones las generales, autonómicas y europeas; es cierto que mantiene el gobierno de la Nación, pero a costa de ser prisionero de fuerzas poco fiables y tener la suerte de la escasa capacidad política del líder de la oposición y sus colaboradores más próximos. El partido del Gobierno debería ser consciente de las limitaciones de una estrategia basada principalmente en la amenaza de la ultraderecha. La puesta en marcha de una agenda social progresista no es suficiente. A su izquierda, el enfrentamiento cainita entre Sumar y Podemos advierte de dificultades añadidas para el futuro del Gobierno de coalición progresista.
La pérdida de la centralidad de la política española y la ausencia de acuerdos entre los dos grandes partidos no permite avanzar en la solución de temas de interés general. No basta con apuntar que la derecha patria se sitúa en el extremo, la ruptura con Vox debería abrir un nuevo escenario. En Europa, fuerzas políticas antagónicas (populares, socialdemócratas, liberales, verdes…) llegan a acuerdos para frenar la marea negra ultraconservadora y reforzar la UE, un proyecto preñado de utopía que quiso ser la respuesta europea a la derrota del nazifascismo durante la II Guerra Mundial. Mientras tanto, en España seguimos instalados en el duelo a garrotazos del cuadro goyesco.
La Roja solo era un espejismo.