La crónica negra de la pasada verbena de Sant Joan en Cataluña fue grave por las consecuencias directas de los cuatro crímenes que se cometieron y dramática respecto al estado de la seguridad real en las ciudades catalanas. Se dispara o se apuñala ahora en plena calle sin demasiados motivos. Se utilizan armas que aprendimos a conocerlas en las películas con la misma facilidad que años atrás se usaban los puños en una reyerta. Se nos cuenta que tenemos más policía que nunca, pero los efectos coercitivos de la autoridad brillan bastante por su ausencia. Sin ánimo de proclamar un mensaje populista de que esto se hunde la verdad serena es que la situación no está bien. Hay sensación de inseguridad y también certeza en magnitudes absolutas de que las cosas adquieren una velocidad vertiginosa en su incontrolada carrera cuesta abajo.

Todo ello preocupa porque a raíz del ataque en Girona, en el que un sujeto disparó y asesinó con un Kalashnikov, de la agresión en la Barceloneta y en Calella de la costa el director de los Mossos d’Esquadra espetó en la emisora líder catalana que a la policía autonómica no le faltan medios. Si los agentes tienen todos los medios del mundo (cosa que dudo) el problema entonces es de capacidad policial o de organización estratégica del cuerpo. Ya determinarán los expertos cuál es el engranaje que falla, pero la realidad es que tenemos un problema que lo pagamos los ciudadanos recibiendo un servicio que no siempre es el adecuado para una sociedad del primer mundo que paga sus impuestos impenitentemente.

El universo del narcotráfico ha disparado la presencia de armas en Cataluña. Cierto. Pero ante esa situación habrá que responder con mayor contundencia, usando todo el talento y los medios del cuerpo. O dejándose ayudar un poco más por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado aunque eso para algunos dirigentes políticos les suponga un trance peor que ver casada a su hija con su mayor enemigo. Nos hemos acostumbrado con relativa facilidad a que muchos crímenes se produzcan en el centro de nuestras ciudades sin ningún rubor. Antes, la mayor parte de muertes se producían como consecuencia de ajustes de cuentas y esa criminalidad se producía en un plano diferente al que afectaba a la vida cotidiana del ciudadano de a pie. Eso ha cambiado. Hemos vivido demasiados años con muy pocas patrullas por la calle y con un mensaje a las policías de excesiva permisividad, con lo que el respeto a la autoridad ha disminuido y casi cualquier hijo de vecino se atreve a toser en voz alta. 

Otras actitudes de debilidad policial tampoco ayudan a construir una sociedad en la que los buenos estén más tranquilos. Publicaba el fin de semana este diario el malestar que había provocado la laxitud de los Mossos a la hora de contener la venganza de la familia de Girona a la que le habían matado a dos miembros en el incendio de tres viviendas en Figueres, propiedad de la familia agresora. Cuando un cuerpo policial se ve obligado a arrugarse lo que sigue a continuación son más problemas. La solución es compleja, pero sin trabajo, determinación, estrategia y más agentes en la calle se antoja imposible.