Cataluña desde el miércoles está caminando directamente al acantilado. Si da un paso más cuando llegue al precipicio lo que pase está por ver pero, visto lo visto, no soy demasiado optimista. El encaje de bolillos que representa el pacto sobre la financiación será complejo y mucho más, si me apuran, porque una de las partes -ERC- se debate con sus peores fantasmas. Pactar con el PSC es todo un hándicap en contra para un partido que hierve tras la derrota electoral, con una dirigencia que va con un cuchillo en la boca y una recortada en la mano pensando más en su congreso que en el país, y con unas bases frustradas y desorientadas. 

¿Quién va a defender un pacto con los socialistas?, se preguntaba un exdirigente del partido que ahora está en segunda línea. Nadie, se contestaba. ¿Por qué? Porque quién defienda este pacto quedará desahuciado de cara al congreso. Sólo hay un elemento clave para que esto no suceda. Que ante la falta de líder -Junqueras no puede y Rovira no quiere- ir a unas elecciones puede conllevar a los republicanos a un suicidio colectivo y para más inri que los bloques políticos permanezcan inalterados aunque el independentismo haría bien en mirar de reojo a su propia ultraderecha que sorpresas da la vida. O sea, que todo dependerá de si tienen líder, algo improbable, y de que tengan encuestas, eso seguro, que dejen a los republicanos en el 2010, con diez diputados. Y no es imposible. 

Por si fuera poco, el sudoku se complica en Madrid. ERC y Junts quieren sacar réditos para arrogarse el pedigrí independentista en el Congreso y amenazan con hacer caer al ejecutivo de Sánchez. No lo tengo claro pero todo puede ser viendo los antecedentes. Ambos podrían ir al patíbulo de la mano si sus votantes hastiados los dejan en la estacada ante un nuevo adelanto electoral en España y, peor aún, la caída de Sánchez puede dejar la amnistía en agua de borrajas en manos de un gobierno del PP con el apoyo de Vox, y no digamos de los acuerdos alcanzados con Sánchez en el campo de nuevos Mossos d’Esquadra o la jubilación de 1.300 funcionarios de prisiones. Puigdemont dice que esto no le importa, pero no se lo crean. Le importa y mucho porque se la juega en primera persona que todo indica que es lo único que le interesa. 

Este es el escenario. Muy negro, por cierto, porque todo esto significará que no tendremos gobierno como mínimo hasta finales de octubre y después de 12 años de sequía -política seguro e hidrológica no descarten que la cosa se ponga fea- no es buena noticia. La situación política en Cataluña está en sí misma envenenada y más que lo puede estar a partir de hoy. Francia, en un ejercicio de equilibrismo de Macron muy arriesgado, se enfrenta hoy a unas legislativas que medirán el respaldo de la extrema derecha de Le Pen que puede llegar al poder. Macron no parece que pueda resistir y sólo el Frente Popular puede ser el muro de contención de los derechistas. Sin embargo, el éxito de la izquierda está en el aire porque es una candidatura de retales y en política dos más dos, pocas veces son cuatro. Si Le Pen gana se iniciará un período de cohabitación que añadirá inestabilidad en Europa y, por ende, las veleidades independentistas serán más veleidades. La extrema derecha europea no es europeísta pero, a buen seguro, que irá con puño de hierro ante intenciones segregacionistas en Cataluña para evitar que contagien a otras regiones europeas. 

Hoy sabremos los datos de la primera vuelta y el próximo domingo la batalla final de la segunda que pueden dejar como primer ministro a un extremista de derechas presidiendo junto a Macron los actos del 14 de julio. Por medio, los británicos acuden a las urnas el día de la independencia de Estados Unidos, que por su parte también tienen lo suyo en noviembre. En este ambiente, los catalanes nos hemos cargado la mochila de la incertidumbre solo porque los independentistas juegan al perro del hortelano: ni comen ni dejan comer, y viven en su eterna disputa. Una pena de país. De Puigdemont se espera esto y mucho más, pero en ERC se lo deberían hacer mirar porque su gen suicida está inflamado. Hoy, y ahora, lo suyo es que Salvador Illa fuera elegido presidente, en minoría seguro, pero que diera un cierto margen de estabilidad, y credibilidad, a una Cataluña que lo fue todo y hoy es una simple -y mala- caricatura de lo que fue.