El presente relato se basa en información fidedigna remitida por una empleada del hogar un tanto fisgona –prima segunda de uno de mis cuñados– que trabaja en el domicilio de un famoso vidente en Madrid. Hasta hace bien poco, este pitoniso ofrecía consejos espirituales, sanación y contacto directo con aquellos que ya crían malvas en el más allá a televidentes noctámbulos. En la actualidad, y ya alejado del amarillismo televisivo, recibe a su selecta clientela en su gabinete particular. Lo que sigue es, por lo tanto, una exclusiva ventilada desde la fachosfera; una transcripción literal de un archivo de audio robado que, en rápido reflejo, consiguió grabar con su móvil el vidente cuando en hora intempestiva, y estando ya bostezando y en batín, llamaron inesperadamente a su puerta.
—¡Por el Kybalión de Trismegisto, y por los arcanos mayores y menores, no puedo creer lo que ven mis ojos! ¿De verdad es usted, presidente? –exclamó atónito el hombre.
—Sí, sí, soy yo. Bueno, no; no exactamente yo –susurró su Sanchidad, llevándose el índice a los labios, cerciorándose de que ningún vecino había reparado en su llegada–. Es mi persona, Pedro, la que le visita y viene a consultarle. A Sánchez, presidente y caudillo, lo he dejado en la Moncloa durmiendo, agotado. Siento molestar en horas intempestivas, pero es que estoy desesperado y necesito ayuda: alguna quiromancia, alguna cartomancia, o alguna mancia de esas, porque todo me sale rematadamente mal, todas las tostadas caen del lado de la mermelada, debe ser una maldición, o el karma, ¡qué sé yo!, pero llevo una semana infernal.
—A ver, presidente, yo las mancias las trabajo en mi consulta de Numancia, los martes y jueves. Pero haré lo que pueda. Pase, hombre de Dios, pase y siéntese. Y olvide eso del karma, que los españoles ya tenemos nuestro propio infierno. Con tirar del refranero es suficiente. Dejémoslo en que quien siembra vientos recoge tempestades –propuso el clarividente con la ironía en los labios, señalando una cómoda butaca–.
—Bueno, vale. Pero es que esto no es justo, porque, fíjese usted señor vidente, yo solo siembro amor y concordia a mi paso y solo escribo cartas apasionadas –adujo Pedro dejándose caer desarbolado en el sillón–. ¿Y a cambio de eso, qué recibo, eh? ¡Solo fango, fango y más fango! ¡En vez de bailar conmigo un tango, prefieren arrojar fango!
—Si le parece bien, vayamos al grano, que es muy tarde –propuso el futurólogo echando un furtivo vistazo a su reloj–; sigo la actualidad y estoy al tanto de todo lo que sucede: el berenjenal de la amnistía; Ábalos y el caso Koldo; el acoso a Begoña, su santa, y a su hermano; Milei y su motosierra, Netanyahu y sus genocidios; la fachilla de Meloni; y los zascas que le endilga su odiada Díaz Ayuso. ¡Uf, es que es usted un destructor de mundos, no se puede tener tantos enemigos! Bueno, le escucho, ¿qué hay más?
—¡Si solo fuera eso! –exclamó Pedro con mohín asqueado– Intentaré resumirlo, aunque no es fácil. A ver, ocurre que no hay manera de que yo gane unas malditas elecciones como Dios manda, ni siquiera a una comunidad de vecinos. Las pierdo todas: municipales, comarcales, autonómicas, generales y europeas. Ya lo veo todo azul. España es totalmente azul. Una pesadilla. Me han echado mal de ojo. Y ahora Europa va y se lanza en brazos de la ultraderecha y del fascismo… ¡Los veo en mis pesadillas, vienen a por mí, avanzando cual legión, marcando el paso de la oca!
—Sí, las europeas parecen marcar un cambio de ciclo generalizado y un serio revés para su socialdemocracia de izquierdas, de tendencia genéticamente iliberal. Cierto, aunque entiendo que la derrota ha sido dulcísima, muy poca cosa, al menos eso dicen los suyos –el futurólogo se encogió de hombros intentando restar importancia al asunto–.
—¿Pero no se da usted cuenta del acoso al que me someten a diario? Fíjese: por si no tenía ya bastante con la Wehrmacht de Feijóo y con la Panzer Division de Abascal, ¡ahora viene ese desgraciado de Alvise con la Luftwaffe, cargada de bombas fétidas! –rezongó airado su Sanchidad, apretando la mandíbula–. ¡Voy a tener que retirarme otros cinco días a meditar! Pero que se preparen, porque volveré con unos Paquetes Reunidos de Regeneración Democrática Geyper que se van a cagar todos en las bragas: ¡ley antibulos; ley de contención en el uso y disfrute del adjetivo denostativo; ley de invectivas camufladas entre líneas; ley del Honor y de Rectificación! ¡Y que tiemblen también los jueces, menuda pandilla de iletrados, sin criterio ni juicio!
—No siga, presidente, eche el ancla y abreviemos, que ya me lo imagino. Tiene usted soliviantada a toda la judicatura, a excepción del fiscal general del Estado, ¡que, por cierto, se enfrenta a denuncias muy serias y a un motín de fiscales togados que están hasta las mismísimas canicas con lo de la amnistía!, y a Conde-Pumpido, ¡un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo, como decía López Vázquez! –espetó el vidente conteniendo a duras penas la hilaridad–. ¿Bueno, eso es todo o aún hay más?
—Fíjese usted, señor quiromántico: es que no puedo gobernar, no me dejan; esto es un sindiós, algo insoportable… –añadió Pedro con voz lastimera, apesadumbrado–. Ahí está la Yoli, lady Tucán. Es insufrible. Dijo que se iba, pero ahí está, dale que te pego, dando la brasa. Y cada vez que abre la boca las carcajadas resuenan en todo el país y se suicidan cien gatitos desde el alféizar de las ventanas. Pero lo peor es lo de Salvador y lo de Cataluña. Esa era mi única victoria, mi último baluarte, y pinta con que todo se irá al garete. Entre Puigdemont y Marta Rovira nos la han jugado a base de bien. Se han quedado con la Mesa del Parlament, y ahora me exigen, entre otras cosas, un cupo catalán a la vasca, astronómico, inasumible, que provocará una revuelta liderada por García-Page y otros barones… ¡Pobre Salvador, si ya era hombre de triste figura ahora parece Maese Pérez, el organista en una película gótica de Tim Burton! ¡En fin, aquí lo dejo, hay mucho más, pero lo dejo! Dígame, se lo ruego: ¿hay algún hechizo, sortilegio, mancia o pase mágico que revierta mi mala suerte?
El astrólogo se sumió en un largo silencio, ocultó el rostro entre sus manos y respiró profundamente. Entre la rejilla de los dedos veía a Pedro esperando impaciente una solución a sus problemas. Menuda faena.
—Sinceramente no hay nada que yo pueda hacer, presidente. Esto no se arregla con arte mágica alguna –anunció finalmente–. Pero diría que la solución es bastante obvia y muchísimo más sencilla. ¿Si le dijera cómo hacerlo, me haría caso?
—¡Claro que sí, en todo, en todo! –exclamó Pedro adelantándose en la butaca–.
—No se preocupe por Salvador. Que no presente candidatura a la presidencia y no será humillado, y usted no ceda en nada. Habrá nuevas elecciones y los resultados serán aún mejores para los socialistas y peores para ellos. Pero en lo referido al tremendo mar de fondo que le zarandea… –el hombre hizo una breve pausa– la solución pasa por un retorno absoluto a la cordura: derribe muros, deje de cargar contra molinos de viento fachosféricos que usted mismo crea y alimenta, y gobierne para todos pensando solo en el bien general; ame a su país, a su bandera, símbolos e historia, con todas sus luces y sombras; respete al Rey, que desde hace 10 años es garante de la unidad de España; conduzca a su partido de regreso al eje de centroizquierda del que nunca debió salir; abrace y defienda la ley, la Constitución, y refuerce el Estado de derecho; deje a los jueces y a los periodistas en paz; establezca pactos con partidos constitucionalistas y huya de los extremos; no mienta, no mienta nunca ni cambie de opinión, porque ya nadie le compra nada por bien que suene; y finalmente, sobre todo, renuncie a esa soberbia, a esa megalomanía, a ese afán de trascendencia histórica que le habita. Usted no es mejor que nadie. Solo es polvo, y no precisamente de la mejor calidad, y en polvo se convertirá… ¡También le aconsejaría que leyera libros de filosofía e historia, y que procurara mejorar su infame gusto musical, pero eso lo dejamos para otro día! ¿Qué me dice?
—¡Pero, está usted loco! –balbuceó Pedro con el asombro estampado en el rostro–. ¡Lo que pide es imposible, totalmente imposible! ¿Por quién me ha tomado? ¿Dónde me he metido yo? ¡Qué disparate, qué pérdida de tiempo, usted es un nigromante de extrema derecha! Dígame cuánto le debo y acabemos ya. ¿Acepta Visa de platino iridio?
—¿De derechas, dice? Pues no. Yo toda mi vida he votado a partidos de izquierdas, y aún hay más, porque soy independentista. Y lo siento, pero no tengo pasarela de pago. Déjelo, es igual, no me debe nada. Lamento no haber podido ayudarle, créame. Permítame acompañarle hasta la salida.
Su Sanchidad cruzó el umbral sin mirar atrás y descendió como alma que lleva el diablo, aferrado al pasamanos, maldiciendo entre dientes. Un portazo metálico, seco, resonó al poco en la portería del inmueble. El vidente cerró entonces la puerta de la casa, se anudó el cinturón del batín y apagó la luz.
—¡Bendiciones y buenas noches, presidente! –musitó–.