La visita del presidente argentino no ha pasado desapercibida y, de venir a recoger el irrelevante premio Juan de Mariana en unos meses, nos espera otra tanda de insensateces. Su reciente estancia vino marcada por el enfrentamiento grosero con el presidente del gobierno, Pedro Sánchez; unas hostilidades a las que no pocos conservadores españoles se apuntaron alegremente, todo con tal de acabar con lo que denominan el “sanchismo”.
Pero lo más preocupante de Javier Milei es su discurso de fondo: sin recato alguno afirma que los pobres lo son porque quieren y que, además, su miseria no debe preocupar a los que disfrutamos de mejor vida. Entiende que el capitalismo que defiende y al que, curiosamente, denomina de la libertad, conduce inevitablemente a la marginalidad a una parte importante de la ciudadanía, especialmente a holgazanes que no quieren esforzarse. Por ello, que haya muchos pobres no sólo es inevitable sino que, a su vez, es de justicia.
Ante esta sarta de majaderías, se echaron a faltar voces desde la derecha que, con la contundencia necesaria, señalaran que en el capitalismo al que aspiramos, la marginalidad es evitable y que, sobre todo, es radicalmente injusta. No sólo los de Vox se apuntan a las tesis del argentino, sino que, con su silencio, no son pocos los populares que se muestran cómodos con sus propuestas.
Así las cosas, y con personajes como Milei emergiendo por todo Occidente, no nos extrañe que la fractura social se ahonde, que surjan populismos por todas partes y que, en el caso español, la opción Feijoo no acabe de arrancar. El líder de los populares debería aparcar su obsesivo acoso y derribo a Pedro Sánchez, para ofrecer alternativas concretas para una mejor España. Una de sus propuestas podría haber sido tan sencilla como rechazar de plano los planteamientos de Milei. Ojalá lo haga cuando el argentino regrese a recoger ese premio.