Hemos pasado dos inviernos con el mundo en guerra y, a pesar de lo que decían los profetas del apocalipsis, hemos sobrevivido y no ha faltado energía. Es verdad que han subido los precios, pero parte de esa subida no está claro que fuese solo por la guerra en Ucrania.

El mercado energético se ha reorganizado y finalmente no ha faltado ni gas ni petróleo, y eso que en el caso español le hemos puesto un ingrediente más de dificultad, irritando a destiempo a nuestro principal proveedor de gas, Argelia.

El petróleo pasó de los 110 dólares por barril, pero ya ha alcanzado un nivel de equilibrio en torno a los 80, donde productores y consumidores parecen cómodos. Y algo parecido ocurre con el gas, suministro garantizado y a un precio que se puede considerar como normal.

Los atentados de Hamás y la respuesta de Israel han añadido más tensión al suministro de petróleo, complicando los actos de piratería de los hutíes el paso de buques por el canal de Suez, pero de nuevo el mercado ha reaccionado, se ha reorganizado y no hay graves problemas ni incremento de precios desmesurados.

Dos guerras, práctica ruptura de relaciones con nuestro principal proveedor de gas y una creciente tensión geopolítica no han sido capaces de poner en peligro el suministro energético. Pero hace unos diez días estuvimos a punto de sufrir un gran apagón en España por un exceso de demanda respecto a la oferta del sistema eléctrico.

La energía eléctrica se ha de consumir cuando se produce, ya que no hemos sido capaces de almacenarla de manera eficiente. El desarrollo de baterías que regulen el sistema eléctrico es algo incipiente y si hay más energía de la consumida, esta se ha de desperdiciar, y si hay menos, podemos llegar a un apagón. Mantener todo el sistema equilibrado no es algo sencillo, pero se hace todos los días, todas las horas, todos los segundos. Que el sistema se caiga solo puede ser debido a un accidente o a un problema de planificación, y estos pueden ser cada vez más frecuentes por la menor previsibilidad de las fuentes de suministro.

A mitad de mayo no hay ni consumo por calefacción ni por aire acondicionado, por lo que es un mes tranquilo energéticamente. El casi apagón no fue por una demanda desproporcionada, sino porque la producción no se correspondió con lo planificado.

Menos viento y menos sol del previsto se conjuraron con unas presas que se están llenando para mitigar la sequía y, sobre todo, con una energía nuclear en retirada. Dos centrales que no están funcionando por decisión de sus dueños y una que entró en paro de emergencia fueron razón suficiente para estar al borde del colapso. La reacción del gestor del sistema fue la parada obligatoria de grandes fábricas industriales para recortar rápidamente el consumo, haciendo uso de las cláusulas de los contratos de interrumpibilidad. Parón de 609 megavatios (MW) durante tres horas, fábricas paradas para poder ver la tele en casa.

Mientras no seamos capaces de almacenar la energía eléctrica, la proliferación de las fuentes renovables y del autoconsumo continuará debilitando nuestro sistema eléctrico y podemos tener días con el sistema en crisis cuando no parado. No podemos permitirnos el lujo de cerrar las centrales nucleares en esta circunstancia, centrales que no emiten CO2, solo asustan, como asusta todo progreso tecnológico a quien no lo entiende. Nos puede pasar como a los países del tercer mundo, momentos sin energía eléctrica porque producimos menos de lo que consumimos.

La ideología inunda todos los espacios, desde la diplomacia a la situación judicial de algunos más iguales ante la ley que otros. No podemos dejar que también se politice algo tan esencial como es el consumo eléctrico. Nos bombardean con las bondades del coche eléctrico o de la aerotermia, parece que todas las acciones medioambientales se basan en una mayor electrificación. Pero si no hay suficiente energía eléctrica ni para el nivel de electrificación actual, incrementarlo es un auténtico suicidio, solo justificable porque quien legisla no piensa en el bienestar de los ciudadanos.