La prohibición absoluta de venta de coches con motor de combustión interna en la Unión Europea a partir de 2035 es un suicidio para los intereses industriales de Europa, además de una limitación real para la libertad de movimiento de los europeos. Parece que en el último extremo Alemania ha frenado la consumación de esta insensatez e Italia se le ha unido. Pero está por ver lo que dura su resistencia y cómo se concreta, más allá del uso de combustibles sintéticos, hoy con un precio prohibitivo.
El equilibrio entre la preservación del medio ambiente, el activismo ecológico y el desarrollo económico es muy complejo y lo mejor es que prime algo que tenemos más que olvidado, el sentido común. Sin duda si la raza humana se extinguiese puede que mejorase el clima, pero no tengo claro que nuestros políticos deban apoyar la extinción humana, aunque algunes parece que es lo que ambicionan.
Siendo Europa un proyecto de libertad parece que a nuestros dirigentes les ha cogido el gustillo por prohibir, además de una manera absurda y totalmente discriminatoria. Un aparato burocrático que es incapaz de tener una sola sede y mueve a sus 705 eurodiputados en dos sedes operativas, Bruselas y Estrasburgo, a las que hay que añadir Luxemburgo como sede de la Secretaría General. Europarlamento, Comisión, Consejo Europeo, Consejo de la Unión Europea… mucha burocracia, mucha gente desconectada de la realidad que explica despistes como el de la temprana prohibición de la venta de coches de motor de combustión interna sin considerar sus innumerables consecuencias económicas y sociales.
Hablamos de soberanía industrial y hoy las piezas clave de un coche eléctrico están en manos de países asiáticos, sobre todo China. Queremos empleo de calidad y nos cargamos la industria que más arrastre tiene, como demuestran los denodados esfuerzos de nacionalización de la cadena de valor del automóvil en los países en desarrollo. Preconizamos la sostenibilidad y no tenemos ni idea de cómo vamos a generar la energía eléctrica que requiere todo el parque rodante ni mucho menos somos conscientes de lo que contamina la extracción del litio, estando aún sin resolver el reciclaje de las baterías. Queremos justicia social y solo podrán migrar al coche eléctrico los más pudientes, impidiendo de facto el acceso al coche a la clase media. Ansiamos poblar el campo y condenamos a sus habitantes a tener vehículos de tercera o a no poder desplazarse. Un sinsentido se mire por donde se mire.
El sector del automóvil genera más de dos millones y medio de puestos de trabajo directos, otros tantos en el sector de distribución y reparación y más de 15 millones de empleos indirectos. Todo eso es lo que ponen en riesgo burócratas que se mueven en coches cuando no en aviones oficiales. El ciudadano europeo medio nada tiene que ver con la distorsionada percepción de quienes ganan una pasta y hacen más bien poco.
La visión de una Europa de cielos claros y transparentes es perfecta, pero tiene que ser realista. La atmósfera no entiende de fronteras y aunque toda Europa no realizase ninguna emisión de nada serviría si China sigue invirtiendo en centrales de carbón, no hay planes de electrificación en Hispanoamérica, India y su relación con el medioambiente es una gran incógnita y bastante tienen con sobrevivir los nacidos en África como para que les pidamos cero emisiones. La obsesión por el coche eléctrico enchufable debe quedar atrás y hay que hablar de emisiones independientemente de la tecnología y, sobre todo, de cuánto se contamina en todo el ciclo de vida del coche. Además, no hemos de olvidar que la transición del parque en su totalidad durará más de una década por lo que hay que pensar en esa transición, en la venta de vehículos de segunda mano y en un montón de detalles que a nadie de los que mandan parece importar, entre otras cosas porque legislar hoy para 2035 o 2050 es un mero brindis al sol.
Mejor nos iría si se prohibiese menos y se pensase más en el bienestar real de las personas.