En la cita con las urnas de Bruselas, el secesionismo catalán no juega ninguna carta.

Carles Puigdemont se adentra en el silencio por temor a las cuestiones prejudiciales que pueda desatar la ley de amnistía, a partir de su aprobación en el Congreso, mañana, día 30 de mayo. El expresident tendrá que beber el néctar de su propia fatalidad. Está dejando de ser un productor de impulsos, aunque la metafísica nacionalista perdure.

Las nuevas fechas son el 10 de junio con la formación de la Mesa del Parlament, reclamada por Esquerra, pero cediendo la iniciativa a PSC y Junts, y el 25 del mismo mes con el descorche de la investidura del socialista Salvador Illa, el president in pectore de la Generalitat, que ha reconocido el legado de Pere Aragonès en el cargo.       

El relevo en el segmento empresarial de la clase dirigente catalana está marcado por el reforzamiento del gran grupo La Caixa y el rechazo del Banco Sabadell de Josep Oliu ante la OPA hostil de BBVA.

La reunión anual del Cercle d’Economia ha reflejado a las claras el inmovilismo del PP frente al dinamismo de Sánchez. Madrid tiene sus ventajas capitalinas, pero el bochorno internacional de los 15 altos cargos económicos junto al demiurgo Milei no puede volver a repetirse. Los 15 del oprobio no nos representan, pero sus empresas, sí; son la locomotora industrial y financiera del país que debe poner freno a sus conspicuos directivos, fans improvisados del desatinado presidente argentino. 

Con la política española marcada por los conflictos geopolíticos, Sánchez anuncia el apoyo militar a Ucrania y Feijóo lo suscribe “por lealtad”. Es el segundo aldabonazo de distensión, después de que el PP y Faes, la fundación nuclear de Aznar, cuestionen el antieuropeísmo de Vox por no dar su apoyo al pacto migratorio de la UE. Aznar llama a los de Abascal “seguro de vida del sanchismo”.

La lealtad de Feijóo parece producto el tránsito electoral de las europeas, mientras que la postura exigida por Aznar al líder de su partido es más ambiciosa; trata de ahogar desde el centro a la extrema derecha y pactar después con el nacionalismo, algo que le salió bien al expresidente en 1996. La ayuda militar a Ucrania es un memorándum de entendimiento entre Kiev y Madrid y no un tratado internacional, por lo que no necesita una votación en el Congreso. Sumar pone su disconformidad sobre la mesa del Consejo de Ministros, donde Ernest Urtasun marca perfil propio, aun sabiendo que el partido de Yolanda Díaz se comerá el sapo. Si la pax europaea entre PSOE y PP no es una mera cuestión electoral, bienvenido sea un acuerdo en materia de Estado, tan anhelado por la mayoría silenciosa de la sociedad española. 

El fin del frentismo es lo que el país necesita. El enemigo de Europa es, hoy por hoy, la probable coordinación entre Marine Le Pen y Giorgia Meloni; si el Frente Nacional y los Hermanos de Italia se unen, como primer paso para fortalecer al PP Europeo, la UE será gobernada desde el euroescepticismo, un arma letal en el seno de la Unión, muy bien analizada estos días por Enrico Letta (director del Instituto Jacques Delors) y Mario Draghi, expresidente del BCE. 

La geopolítica se cierne sobra la UE obligando a sus países miembros a reclamar a Israel que cumpla con los tratados y el derecho internacional en la devastada Gaza. En este punto, Feijóo se columpia como lo hace Puigdemont en los temas migratorios. Ambos se verán obligados a rectificar; de momento, doblan la cerviz ante Sánchez, no como signo de humillación, sino porque en las actuales circunstancias “no hacerlo supondría una desventaja” (RAE).