Tengo todavía frescas en la memoria las imágenes de diputados convergentes, e incluso de ERC, fletando autobuses para asistir a corridas en el sur de Francia -Arlés, Ceret, Nimes…-, después de que ellos mismos hubieran votado por la supresión de los toros en Cataluña. Sé de algunos que siguen yendo. Sus padres hacían el mismo viaje para ver películas eróticas en las salas francesas, y ellos lo hacen para ver toros. Tal vez sus abuelas cruzaron también la frontera, en su caso para abortar. La cuestión es disfrutar de lo que está vetado en el propio país, no hay como tener dinero para saltarse cualquier normativa. Las leyes se hicieron para el populacho, también la Ley Seca afectó a los pobres, mientras la clase alta y los políticos que la promulgaron tenían alcohol a discreción.
Me hacía estas reflexiones pensando en el ministro Urtasun, que ha eliminado el Premio Nacional de Tauromaquia, en un paso más de su cruzada contra las corridas de toros. A nadie extrañaría que, como aquellos diputados catalanes que a la vez que prohibían algo lo disfrutaban a escondidas, Urtasun -catalán al fin y al cabo- viaje clandestinamente a cualquier ciudad en fiestas, española o francesa, incluso sudamericana, que el sueldo de ministro bien lo permite.
Tanta saña en prohibir suele esconder una pasión desenfrenada, eso lo sabe cualquier psiquiatra -y cualquier abolicionista de la prostitución-, así que es probable que el ministro esté abonado al tendido 7 de Las Ventas, así se viste de chulapo y pasa desapercibido. O igual tiene un palco a su nombre en la Maestranza, a donde acude después de marcarse unas sevillanas y ponerse fino a manzanilla en una caseta de la feria. A Urtasun le gustan tanto los toros que quiere prohibirlo, así el placer de asistir a corridas -aunque tenga que ir a Francia- será mucho mayor. Se lo habrán contado los convergentes de hace veinte años.
Yo no he ido en mi vida a los toros y no distingo un morlaco de un gato de angora, y aun así me da más miedo un ministro populista que un Miura. El toro es noble, mientras que un ministro populista te empitona a traición y encima te hace creer que es por tu bien. Urtasun, por ejemplo, respalda su decisión asegurando que hay una mayoría social contra los toros. A saber de dónde ha sacado esa "mayoría social" que le apoya. Por lo menos en la plaza de toros la mayoría se conoce contando los pañuelos que ondean al terminar la faena, y así el presidente sabe si ha de conceder una oreja, la dos o el rabo. Eso sí es democracia. Si Urtasun fuera torero -y bien pensado, ese podría ser su anhelo frustrado, de ahí su rabieta contra la fiesta- se concedería a si mismo todos los trofeos sin esperar al veredicto del público, afirmando que hay una "mayoría social" que lo quiere saliendo a hombros por la puerta grande.
Los toros están mal vistos, dice el ministro. El concepto del mal y el bien es muy subjetivo, y más si se deja en manos de indocumentados como Urtasun. En Barcelona, por ejemplo, tenemos la plaza de Las Arenas, donde antes se lidiaban toros y ahora es un gigantesco centro comercial. Yo tengo serias dudas de que el consumismo desaforado sea más beneficioso para el cuerpo y para el espíritu que ver a José Tomás matar un par de bichos. Seguro que cualquier toro prefiere morir a manos de un diestro que pasar la tarde en un centro comercial. Además, que los toros son más honestos que la política, lo demuestra el hecho de que no se sabe de ningún torero que se haya tomado cinco días de reflexión antes de entrar a matar.
A Urtasun se le pueden aplicar las mismas palabras que pronunció Juan Belmonte, respecto de un subalterno suyo que había llegado a gobernador civil.
-Y este hombre, cómo ha llegado a ministro?
-Degenerando, amigo mío, degenerando