Acostumbrados a soportar infinidad de efemérides históricas de exaltación nacional a lo largo de 14 interminables años; habituados a tragar sapos, culebras y arbitrariedad a todas horas; condenados a ver siempre el vaso democrático totalmente vacío, sería injusto negar que los comicios celebrados en Cataluña -con una inapelable victoria de Salvador Illa (PSC)- marcan un punto de inflexión que permite albergar la esperanza de que algo pueda empezar a cambiar a mejor para todos a partir de ahora. Para todos. Que ya está bien de tomar siempre la parte por el todo; porque aquello de La voluntat d'un poble que proclamaba el mesiánico Artur Mas era, y siempre ha sido, una maldita sinécdoque. We will see…
Pero tras la victoria, calma, y mucha, porque aún no se atisba -esto va a ser bastante más lento de lo que imaginamos– un horizonte luminoso y despejado de nubes, aunque sí un sendero transitable dependiendo de la pericia de Illa a la hora de asegurarse pactos de gobierno estables o apoyos externos en la legislatura que arrancará el 10 de junio con la constitución del Parlament, tras las elecciones europeas. Esos pactos, como ahora veremos, no son muchos, y en absoluto fáciles.
Pero antes de entrar en materia, y todavía bajo los efectos de la resaca electoral, no podemos dejar de celebrar que el nacionalismo irredento, el independentismo ultramontano, haya sido derrotado sin paliativos, yendo a darse de bruces contra la lona del cuadrilátero. Pese a mejorar sus resultados electorales con respecto a 2021, Carles Puigdemont, la momia resucitada por Pedro Sánchez, no ha conseguido la inapelable victoria que tanto anhelaba; Pere Aragonès y ERC, por su parte, han recibido un correctivo histórico, perdiendo 13 escaños y cientos de miles de votos; los chicos anticapitalistas de la CUP, liderados por Laia Estrada, se han despeñado a ritmo de mambo en su fragoneta, dejándose cinco escaños en la caída. En resumen: al nacionalismo no le salen los números para gobernar ni siquiera sumando –porque ya se sabe que los vetos se los lleva el viento– los dos diputados obtenidos por Sílvia Orriols y los xenófobos de Aliança Catalana. Aritméticamente una Generalitat de “obediencia netamente catalana”, como desearía Puigdemont, es imposible.
Por lo tanto, los bien merecidos 42 diputados de Salvador Illa (PSC), unidos a los 15 de Alejandro Fernández (PP), los 11 de Ignacio Garriga (Vox), y los seis de Jéssica Albiach (Comunes Sumar) permiten por primera vez, en muchísimos años, que el eje de la política autonómica catalana abandone la exasperante dicotomía nacionalismo versus constitucionalismo y se desplace, como opción más lógica y deseable, a las coordenadas izquierda/derecha.
Un tripartito integrado por socialistas, republicanos y comunes es una opción totalmente factible. La mejor para Pedro Sánchez y Salvador Illa. Mayoría absoluta clavada, por mucho que patalee Puigdemont. Los comunes, pragmáticos y en horas bajas, reclaman ese pacto a tres bandas desde la misma noche electoral. Pero Pere Aragonès anunció, tras el escrutinio, que formar Govern corresponde únicamente a Illa y a Puigdemont, y que ERC debe pasar por “aclamación popular” a la oposición a lamerse las heridas, manteniendo en todo caso su capacidad de “desbloqueo”. Y al día siguiente, dimitió. Aragonès será president en funciones hasta que se resuelva el enredo actual. El asunto no acaba ahí, porque no es descartable que veamos cambios en la cúpula republicana a muy corto plazo. La debacle de ERC va a dejar sin despacho y coche oficial a muchísimos cargos del partido. Las bases están que trinan y hay ruido de sables exigiendo sangre nueva y una regeneración total de la cúpula… ¿Adiós a Oriol Junqueras, a Marta Rovira, a Gabriel Rufián? Está por ver. Pero no es en absoluto descartable. A falta de timonel, Junqueras ha dado un paso al frente anunciando su disposición a liderar esta nueva etapa.
En este orden de cosas, el voto indispensable de ERC se convierte, parafraseando a Miguel Delibes, en El disputado voto del señor Cayo; o en esa guapa del baile que va apuntando en su carnet las solicitudes de todos cuantos quieren bailar con ella. El problema republicano estriba en que las tres opciones de su lista son rematadamente malas. Porque si acepta bailar un vals con Salvador Illa, bien sea dentro o fuera del Govern de la Generalitat, aún podría sufrir un mayor castigo futuro en las urnas a tenor de lo vivido; si accede a que Carles Puigdemont, al que la guapa republicana aborrece con toda su alma, la abrace cual oso en un kazachok de obediencia nacional –léase Junts Pel Sí 2.0, ara va de bo!– aún peor, porque su esencia izquierdista se diluiría por completo y Puigdemont los fagocitaría; y de negarse a bailar con cualquiera de ellos, forzando nuevas elecciones, rematadamente mal, porque de urnas en Cataluña todos estamos, separatistas y constitucionalistas, hasta el gorro y más allá.
La presión de Puigdemont y sus huestes de burgueses del upper side Diagonal sobre ERC será tremenda en los próximos días. El orate de Waterloo quiere recuperar el centro del poder a toda costa, porque de jubilarse e irse a hornear ensaimadas en la tahona familiar de Amer, tal y como había prometido, ni hablar del peluco. Es un megalómano. Aunque no está solo. Este es juego de tahúres. Puigdemont es solo la réplica catalana de Pedro Sánchez, tan astuto, avieso, bravucón e indecente como él. Puigdemont apretará las tuercas al máximo, pero procurando no pasarse de rosca, porque ante todo es cobarde, tremendamente cobarde. Solo quiere ganar tiempo y ver atada y bien atada, a finales de mayo, esa vergonzosa Ley de Amnistía que borrará los muchos delitos que ha cometido. En Ferraz lo saben, se ríen, le ningunean y no se tragan que cumpla su promesa de reventarlo todo. Pero no es descartable, porque es un personaje más inestable que la nitroglicerina.
En lo que respecta a Pedro Sánchez y a su fiel escudero Salvador Illa, los socialistas intentarán tentar hasta la extenuación a ERC con todo tipo de promesas: traspaso y recaudación de nuevos impuestos; condonación de la deuda; reconocimiento de Cataluña como nación cuasi soberana y todo cuanto se les pueda ocurrir a ustedes. A cederles la Presidencia del Parlament dicen que ni en sueños, pero ya sabemos cómo cambian de opinión. Puede que les salga bien, porque en política lamerse cuatro largos años las heridas en la oposición es duro, muy duro. Por lo tanto, lo más probable es que ERC termine por entrar en vereda aceptando ser parte del tripartito, o como mínimo no vetando a un Gobierno minoritario de PSC y Comunes.
Este será un guiso de cocción lenta y mucho chup chup, porque lo más importante en este capítulo del vodevil es que Pedro Sánchez, al igual que Puigdemont, también quiere ganar tiempo apurar al máximo los plazos. En breve lo veremos en acción, eufórico, en plena campaña de las elecciones europeas; vendiendo urbi et orbi sus incontables logros (”los socialistas acabamos en su día con ETA; los socialistas hemos finiquitado el Procés; los socialistas hacemos florecer la concordia y la primavera a nuestro paso; los socialistas somos la repera…”) a toda Europa y a su parroquia de abducidos. Su Sanchidad pondrá toda la carne en el asador en esos comicios, le preocupa sobremanera sufrir un nuevo revés que contribuya a debilitar aún más su ya inestable legislatura. Y probablemente lo sufrirá. No hay que ser adivino para verlo.
Y si con el paso de los días y semanas la presidencia de Salvador Illa pinta en bastos –los socialistas han jurado que de ningún modo entregarán la Generalitat al nacionalismo–; si ERC se mantiene en sus trece; si Puigdemont no logra la adhesión de los republicanos y los empuja a forzar nuevas elecciones, Sánchez buscará su tabla de salvación en el PP. No lo descarten. Alejo Vidal-Quadras, Borja Sémper, y otras voces en el partido conservador –y también diversos periodistas y politólogos– han ironizado de que en caso de apuro de Illa podrían ofrecerse a sacarle las castañas del fuego por el mero placer de obligar al autócrata de la Moncloa a tener que retratarse ante el mundo mundial fachosférico.
Dudo que eso pueda ocurrir. Pero de darse la situación, el portazo del PP está garantizado y más que justificado. Tras sufrir las burlas, maltrato y ninguneo que Sánchez le ha dispensado, Alberto Núñez Feijóo estará encantado de que en Cataluña se repitan comicios, que bien podrían forzar, por arrastre, a unas elecciones generales anticipadas en otoño.
Como ven, aquí todo cabe, todo está abierto, todo es factible… Faîtes vos jeux, rien ne va plus!