Ha desaparecido del panorama político catalán Ciudadanos. Otro día hablaremos de ello, pero hoy, entre tantos análisis sobre los resultados de las elecciones al Parlamento de Cataluña, vale la pena reflexionar también sobre el sentido que tiene la pérdida del poder de ERC, y el mismo sentido de ese partido.
Esquerra, como cualquier otro partido, había perseguido con perseverancia la conquista del poder. Por fin lo obtuvo, pero sólo para demostrar que no es una organización seria. Los cuadros más eficientes, los gestores con más profesionalidad, los conocedores de la sociedad y la estructura reales de la región fungen en otros partidos. No se puede comparar en serio el peso intelectual de Maragall (Pasqual, claro), de Pujol, de Vidal-Quadras, de Piqué, incluso de Alejandro Fernández, con el de Carod-Rovira, de Junqueras, de Marta Rovira o de Aragonès. Y eso por mencionar sólo la capa superior de la estructura.
En estos años Esquerra ha mostrado lo que en la oposición no se veía de forma tan prístina: su incompetencia clamorosa, la ausencia de eficacia de sus cuadros y de carisma de su directiva. Decantación de todo esto es la misma figura del aún presidente de la Generalitat, el señor Aragonès, de una grisura total, absoluta, comparada con la cual hasta Montilla era un sex simbol. Esquerra, como se ha visto, es un partido para la agitación, para el alboroto, para la exigencia y el flamear de banderas, pero para gobernar, o sea para resolver problemas, no vale. Hasta la amnistía se la ha tenido que arrancar a Sánchez Puigdemont, y desde Waterloo.
Hay que decir que Esquerra se encontraba, al tomar el poder, en una situación complicada, poco envidiable: después de haber prometido a sus votantes, y a los que quería pescar en otros caladeros, la independencia (¡el fin de una larga marcha!, ¡la culminación de un sentimiento!), y ello con la máxima intensidad retórica, y tras descubrirse aquella incompetencia nuclear de la que hablaba antes (“¡Íbamos de farol! ¡No había nada preparado!”) los azares de los pactos les llevaron al poder, y demostraron que… no valían.
El material humano del que dispone Esquerra es insuficiente. Imagen de esa incompetencia e insuficiencia es hasta la apariencia física de sus líderes, ese Junqueras, esa anodina prestancia de Aragonès (al que Ramón de España bautizó con cruel acierto como el Niño Barbudo: o sea, no un adulto de verdad), los bigotes decimonónicos y grotescos de Carod, la chulería contoneante y hasta el apellido de Rufián: un circo de extravagancias digno de figurar en el Libro de los seres imaginarios de Borges. Se me perdonará la alusión a defectos físicos, pero en este caso se corresponden, según creo, con una tara intelectual difusa.
¿Qué sentido tiene Esquerra? A lo largo de su centenaria historia ya ha dado dos golpes de Estado –el de Companys y el de Junqueras (que era, con la señora Rovira, quien empujó a Puigdemont al abismo, aunque al final este escurrió el bulto y fue él quien quedó atrapado en la cárcel), y los dos golpes se saldaron de forma catastrófica. Pero, sin esa dirección hacia el golpe de Estado, hacia la diana prometida, y sin saber gestionar ni una sequía, ¿para qué rayos sirve Esquerra? ¿Para exigir que el médico hable en catalán al paciente? Y ¿no está claro que en el fondo es irreconciliable, en países democráticos, el separatismo, que es una forma del ensimismamiento, con la mirada universalista que se proyecta más allá de la tribu, característica de la izquierda? ¿El “nosotros solos” y la pretensión de redención de la humanidad?
En esa contradicción, que por cierto no sufren las derechas, de manera que están perfectamente en su piel convergentes y peperos, el socialismo catalán ya ha demostrado que sabe navegar mejor gracias a la competencia de sus cuadros, que no son tan rústicos. De jóvenes leían libros en vez de mirar, arrobados, la belleza del paisaje del país. Si un votante es de izquierdas y nacionalista, y sabe –¡por la experiencia!– que la independencia es imposible (o muy improbable) y una aventura ruinosa, ¿no haría mejor en votar al PSC, que es más ambiguo, posibilista y eficaz, y evita los callejones sin salida? Lo pienso desinteresadamente, pues yo no voto nunca.
Francamente no se entiende muy bien para qué sirve Esquerra. Ahora su dirigencia está sumida en un proceso de reflexión, preguntándose lo mismo: “Ya conquistamos el poder, y ya lo perdimos. ¿Para qué rayos servimos?”.