La Generalitat es de ellos, de un independentismo dividido, debilitado y condenado a mantener el procés. No pueden dejar que un socialista, por más transversalidad que prometa, se la robe de nuevo. Todos, en las filas convergentes, recuerdan la humillación (y la pérdida de poder) que supuso abandonar el Gobierno catalán en 2003 tras 23 años de mandato pujolista. La Generalitat es Cataluña.
Salvador Illa (PSC) ganará las próximas autonómicas, pero le costará Dios y ayuda formar Govern. Mientras Pedro Sánchez necesite los votos de Junts y ERC para seguir gobernando en España, el pescado se sirve pactado. Es Illa o Sánchez. O, por lo que parece a seis días de los comicios, un lío tras otro durante la legislatura.
El Ejecutivo español necesita a Puigdemont. Nunca siete diputados nacionalistas a los que casi nadie conoce por sus nombres, menos aún por sus hechos o currículum, fueron tan decisivos. La vuelta a Barcelona del fugado pasa por Madrid.
También Josep Tarradellas, seamos justos, tuvo que acercarse a la capital española y rendir pleitesía a Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos antes de poder declarar, en Barcelona, que ya estaba aquí. El líder de Junts volverá con menos épica, además de muy justito de votos, pero con las pretensiones de quien sabe que puede poner y quitar al presidente español.
Más allá de la política de galería, vivimos una campaña electoral muy de estar por casa. Ha vuelto el peix al cove, el famoso y reiterado intercambio pujolista de favores políticos, el trueque a la catalana. Para qué amargarse la vida en Bruselas si puedes negociar con Pedro una amnistía y hasta un nuevo referéndum, piensan los bien pagados líderes en el exilio (sea belga o suizo) y sus acólitos.
Pere Aragonès, el president en franca minoría, ha conseguido aprobar sus dos últimos presupuestos gracias a los votos del socialismo, pero, últimamente, ha sorprendido atacando con manierista furia al candidato Illa y al compañero indepe Puigdemont.
Dice que ambos se están repartiendo los votos antes de cazarlos. Intenta Aragonès sobrevivir a los tiempos que corren, que auguran menos papeletas. Con un poco de suerte, conseguirá algunas consejerías en el Gobierno de lo posible. Lo improbable es que se atreva a coronar a Illa.
El PSC --tan insultado por españolista y botifler-- ha sido el socio útil de ERC durante la pasada y corta legislatura. El candidato socialista, ganador según todos los sondeos, ha desvelado que preferiría formar un tercer tripartito de izquierda.
Cuando alguien le pregunta qué opina Sánchez de esa opción y de sus consecuencias, Illa responde que las cosas de Cataluña se dirimen en Cataluña. Sin embargo, el consenso de los pactos se escribe con renglones torcidos. Eso sí, en catalán, si us plau.
El próximo domingo será un día de voto con poco lustre, sin banderas. Más allá de Sílvia Orriols, que va a por todas y sin tapujos con lo de la patria, el linaje y la estirpe, la mayoría de votantes ha moderado sus pensamientos y expectativas. Se conforman con un Gobierno que gobierne un poquito y se deje de bravuconadas.
Algunos nacionalistas de toda la vida elevarán el domingo alguna oración (el carlismo sigue teniendo influencia) para que el supuesto final del procés acabe trayéndonos la autodeterminación… pero dentro de unos años. Mejor dentro de una década, por favor, por favor, se susurra en las mesas de notables y empresarios.
“Tan largo me lo fiáis”, responden lagrimosos los patriotas republicanos y democratacristianos mientras se conforman con seguir ocupando cargos. Si hay que justificar la sociovergencia, la unión más deseada por la gente de orden, se justificará. Muchos, sin embargo, observamos esa posibilidad con profundo escepticismo histórico. Nunca ha funcionado. Ni en el siglo XX ni en el actual.
Hay mucho de posibilismo en el ambiente preelectoral. Aumentan los que quieren olvidar la autodeterminación, aunque solo sea para descansar y volver a facturar. En esa onda moderada, rodeada de buenismo y acusaciones para la galería, se mueve hoy la política catalana.
La única frontera infranqueable es la realidad. Los patriotas no pueden permitir, sin luchar, que el socialismo español ocupe el primer sillón de la Diputació General que Francesc Macià recuperó y renombró en 1931. La Generalitat es y será Cataluña. “Que se queden los ayuntamientos”, pensaba Jordi Pujol.
Salvador Illa ganará. Pero no se sentará en el trono catalán sin el permiso del independentismo. Tendrá que cederlo o compartirlo. Sólo así, Pedro Sánchez podrá seguir gobernando España.