La victoria del PNV en las autonómicas reverdece los laureles de una alianza estratégica tejida entre la burguesía vasca y el partido cristiano demócrata, comandado por el Euskadi Buru Batzar. Es el misterio de la fusión entre sociedad y partido; entre el votante y su aparato ideológico. Algo muy similar a lo que ocurre con la menestralía de las capas populares respecto a ERC en Cataluña, pero con una influencia económica cualitativamente muy inferior.
El extremismo soberanista de Esquerra ha alejado al partido de Junqueras y Aragonès del apoyo censitario de Pedralbes, que disfrutó la antigua Convergència entre la clase dirigente catalana, en los mejores años de las grandes cotizadas, como Naturgy o Agbar, Caixabank o Banc Sabadell, y especialmente en las empresas familiares con seniority, como Agrolimen, Colomer y Molins.
La prioridad del PNV es la economía, una tradición fruto del hierro, los altos hornos y la minería, sectores reconvertidos y sustituidos hoy por empresas como Aernnova, Sidenor, Ibermática, Iberdrola, Ingeteam, Corporación Mondragón e Irizar, añadiendo en la lista a las que mejor representan el cambio de modelo, como AECOC, Nielsen, Nauterra o Couth Industrial. Estas sociedades representan en torno a un 40% de la financiación de innovación en Euskadi, en sectores como el transporte, la ingeniería, la nueva siderurgia fría o los laboratorios, según datos de la agencia pública Inmobasque.
Los accionistas de referencia de estas empresas pertenecen a la élite reimplantada que ha sustituido a los Echevarría Oriol, Urquijo o Churruca de los tiempos del fuego vasco, impulsado por la inercia financiera de los antiguos bancos, el Bilbao de Sánchez Asiaín o el Vizcaya de Pedro Toledo, hoy establemente compactados en el seno del BBVA. Las citadas empresas son la punta de lanza de un proyecto económico y político, dotado de manágeres de la era digital, a la sombra del nacionalismo reformista de Andoni Ortuzar y de Aitor Esteban, cada día más alejados del independentismo, siembra renuente de Sortu, el brazo incólume de Bildu.
La nueva burguesía vasca, instalada en el mismo Neguri de siempre, lidera el cambio silencioso y denso de centenares de parques tecnológicos y centros de I+D. Su tejido empresarial, formado en su gran mayoría por pymes, cuenta con varias compañías multinacionales que funcionan como empresas tractoras de las redes de proveedores locales en los distintos ámbitos de actuación. La economía actual exige asimetría; no va de soi; no respeta la herencia y mira las cosas tal como son; es el presente puro que no otorga significados ni protege a los apellidos añejos; es una imaginación compartida, no delegada, antivicaria; es la alternativa al gentilicio y el patronímico que comandaron la metalurgia pesada, la textil arqueológica de las colonias o la química profunda, los sectores en declive, liquidados por la tormenta digital. En plena muerte de la manufactura en manos de lo intangible, el conocimiento vale más que el deseo. La mercancía ha perdido su relieve ante el dominio espectral de la marca.
La convención invisible, pero real, entre el mundo empresarial y la política, se ha roto en Cataluña, a causa de la renuncia de las élites ante un Vesubio desatado. La hegemonía publicitaria ha dejado de estimular al comprador. Es el fin del flaneur acogotado por millones de turistas que buscan retales en los escaparates. El mundo privado de Pedralbes y de la alta Bonanova, barrios elegantes de Barcelona, ha envejecido; ha perdido peso ideológico -no bienestar- frente a sus homólogos vascos, el rotundo Neguri o el distrito de Armentia de Vitoria-Gasteiz, sede de las fortunas recientes. El arte contemporáneo del Guggenheim, situado frente a la ría de las traineras, se adelanta al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), estigma de colecciones privadas del pasado, como la Plandiura o la Cambó.
Las elecciones vascas han acabado desinstalando a la izquierda abertzale en beneficio del PNV. Pedro Sánchez recupera su papel de llave y el nacionalismo vicario ocupará de nuevo Ajuria Enea. En Cataluña, ante el inminente 12M, el soberanismo de Puigdemont sorpasa al interés instalado de ERC, según algunos sondeos. Mal augurio. El discurso ideológico de la sinrazón es el principal obstáculo para el ciudadano. Solo anuncia el dogma nacional, enemigo de la razón. Pedralbes contiene la respiración; Neguri ya es más.