El juego de posesión, el emblema futbolístico que desde que Johan Cruyff llegó de entrenador al Barça se denominó el ADN del estilo culé, es un arma letal cuando combina talento, rapidez de balón y un golpe vertical que daña al adversario como la navaja penetra en el abdomen de una víctima. Existe otro juego de posesión, el lento, tedioso y aburrido que acaba siendo un previsible y anodino transitar del balón sin ninguna intención ni incidencia. Ese último estilo, capaz de la desesperación y campeón mundial del bostezo, es el que ha practicado Cataluña más veces de lo deseado en los últimos años. Se le da mil vueltas a un asunto y al final se remata de mala manera perdiendo oportunidades y provocando la irritación de los ciudadanos.
Leí con atención en la edición dominical de Crónica Global una información detallada de los siete planes que se han volcado encima de la mesa para lograr la transformación del aeropuerto de Barcelona y conseguir una infraestructura ampliada que permita mejorar los registros de tráfico aéreo. Y no pude evitar que volvieran a mi recuerdo esas tardes de fútbol soporífero que se practica cuando se abusa de la posesión sin chispa ni decisión. Con el aeropuerto, la clase política y buena parte de la población ha mareado demasiado la perdiz. En cuestiones de grandes decisiones, de iniciativas que pueden pasar factura si no se realizan a tiempo, Barcelona y Cataluña deberían aprender de otras formas de actuar. Dudar significa perder la oportunidad y, por tanto, ceder un espacio clave en este mundo cada vez más competitivo en el que están inmersas las mejores ciudades y regiones del mundo.
Siete planes desde el 2021 y ninguna decisión firme. Que si alargar una pista, que si debiéramos construir una sobre el mar, que los patos de La Ricarda son sagrados como si fueran vacas en la India… Agotador. Ahora volvemos a estar inmersos en un periodo electoral y regresarán las promesas, pero la realidad es que si no tomamos cartas en el asunto de manera inmediata el ritmo del progreso lo perderemos una vez más. Tenemos un magnífico cartel exterior y una voluntad débil en casa. O nos sobreponemos, o tomamos decisiones que sean satisfactorias para la mayoría de ciudadanos o bajaremos definitivamente a la segunda división del alto standing.
Señores políticos: no se puede contentar a todo el mundo. La arcadia feliz no existe. Hay que elegir. Yo tuve un jefe hace muchos años, cuando el periodismo era una joya de papel, que con toda pompa lanzaba un mensaje atronador cuando la hora del cierre de la edición se cernía sobre nuestras cabezas a una velocidad imparable: “Señores, lo mejor es enemigo de lo bueno”. ¿Y saben qué pasaba? Que cerrábamos a tiempo y al día siguiente leíamos una magnífica edición en lugar de tratar de rizar el rizo, lo que nos hubiera hecho perder el slot de la rotativa. Para el futuro del aeropuerto sólo deseo que la incapacidad de unos cuantos no nos aparque un proyecto vital para seguir volando.