Empieza abril y los tambores de las campañas electorales al Parlamento de Cataluña retumban, ya cercanos, pretendiendo llamar la atención de los ciudadanos, la mayoría de los cuales tiene la mente centrada en los problemas que les rodean, mostrando indiferencia a la llamada a las urnas como se constata en las conversaciones entre amigos, conocidos, o en los lugares de trabajo. La tónica dominante es una notoria desafección hacia los políticos; a menudo, pienso que actúan como dos mundos paralelos que, como es sabido, sólo se encuentran en el infinito, aunque en este caso el infinito son las elecciones.

Sería bueno preguntarse por qué esa indiferencia y desafección cuando nos jugamos mucho, en especial en periodos de gran complejidad como el actual. La respuesta suele ser, en opinión de muchos ciudadanos, que los políticos han olvidado que gobernar no es sólo administrar un presente precario, sino que exige tomar decisiones a menudo complejas, buscar soluciones a los problemas existentes y asumir riesgos para encarar con valentía las cuestiones de fondo pensando en construir un futuro mejor para todos más que en revalidar el poder en la siguiente convocatoria electoral.

Sin olvidar que la mayoría estamos hartos de las tensiones en los debates políticos que han rebasado los límites de calidad democrática en la confrontación entre adversarios políticos, que se usa con excesiva frecuencia la mentira y las falsas informaciones y no se cumplen, a menudo, las propuestas electorales. Un conjunto de hechos que aleja a la población de las cuestiones políticas.

Vivimos épocas de profundas transformaciones sociales y económicas con dificultades en el día a día y en la articulación de un futuro inclusivo con mayores cotas de bienestar. Por ello es preciso actuar con rigor, pragmatismo y ahuyentando la demagogia; exigir, en primer lugar, la definición y divulgación con claridad de los programas electorales y después, a quien gobierne, ejecutarlos sin justificar su no cumplimento para lograr el poder. Este es un aspecto crucial no sólo para combatir la desafección, sino también porque los problemas existentes para las familias son enormes y porque muchos jóvenes consideran que su futuro, por mucho que se esfuercen, será peor.

Programas electorales que –teniendo presente que una parte de la sociedad catalana es partidaria de la independencia, una opción legítima, y que hay muchos catalanes quieren expresar sus deseos en un referéndum– deben centrarse de forma prioritaria en los aspectos básicos asociados a los problemas crónicos y los incipientes del país.

Problemas, graves y complejos, que exigen soluciones sin más demoras, pensando en el largo plazo. Entre ellos, es preciso afrontar el reequilibrio territorial y los retos del mundo rural para hacerlo atractivo en lo personal y en lo profesional evitando la despoblación (dotar estos pueblos de servicios y ventajas fiscales debería ser un primer paso); y la inmigración y la creciente preocupación sobre ella, lo que exige una política migratoria inclusiva que considere las limitaciones propias, el respeto a la cultura catalana, los principios fundacionales de la Unión Europea y asumir que todo derecho comporta también obligaciones hacia la comunidad que los acoge.

También es necesaria la implementación de políticas para mejorar el futuro de los jóvenes, encaminadas a mejorar la formación, el acceso a la vivienda y al trabajo; asegurar el cuidado de los mayores con una sanidad próxima y eficiente apostando seriamente por la telemedicina y la digitalización; proyectos y propuestas para asegurar el avance científico, la innovación y la trasformación productiva pensando en la reindustrialización con criterios de sostenibilidad e industria 5.0. Para ello es imprescindible la colaboración entre el mundo universitario, los centros de investigación y el tejido productivo.

Problemas a afrontar que exigen, por un lado, articular infraestructuras como las asociadas a la movilidad interna y externa o las de tratamiento de las aguas para no depender de la lluvia; también marcos legales estables que den seguridad jurídica, faciliten la cooperación público-privada, pongan fin a la asfixiante burocracia; políticas fiscales activadoras.

Se aproximan las elecciones, el 12 de mayo está a la vuelta de la esquina, es momento de que los ciudadanos asumamos que, con nuestro voto, el futuro lo decidimos democráticamente nosotros. Por ello es requerido huir de los eslóganes de campaña y hacer el esfuerzo de analizar y debatir el contenido los programas electorales de las formaciones políticas, pensando en si están enfocados no sólo a sustentar el presente, sino también en construir un futuro mejor para todos aquellos que por edad aún no pueden votar.