Diversos mandatarios europeos, entre ellos el presidente de Francia y la presidenta de la Comisión Europea, han alertado de que ningún estado europeo se halla a salvo de un ataque ruso. Dado que la posibilidad parece remota, tiendo a pensar que ese grito de alarma “¡Qué vienen los rusos!” (recordando el título de la hilarante película de los años 60) pretende despertar a una timorata ciudadanía europea para que, de una vez, asuma la necesidad de invertir en nuestros ejércitos y renunciar a la comodidad de ser un protectorado estadounidense en materia de defensa.

 De las advertencias de Emmanuel Macron y Úrsula Von der Leyen, lo más sorprendente no es esa llamada a una mayor inversión europea en defensa, sino los subsecuentes análisis de la propuesta que, de manera prácticamente unánime, llevan a aceptar que ese mayor gasto militar será a costa de lo social: debilitar el apoyo a los más débiles no es la mejor manera de conformar un amplio compromiso ciudadano ante una amenaza bélica.

Me pregunto si no sería más razonable que, ante una posible situación limite, los europeos, empezando por sus autoridades políticas y económicas, nos comprometiéramos en conducir un dinero global que nos fractura y debilita. Entre muchos otros ejemplos, podemos pensar en desarrollar una fiscalidad común que facilite el reducir las extraordinarias e injustificadas diferencias entre unos y otros, acabando con la vergüenza de que, en el mismo seno de la Unión Europea, algunos de sus estados miembros se constituyen en pseudo paraísos fiscales al servicio de las mayores rentas y patrimonios para eludir sus obligaciones fiscales.

Los mejores años de la historia europea, los llamados treinta gloriosos, se sustentaron en las lecciones de la trágica primera mitad de siglo XX y, también, en el temor al expansionismo soviético; una Rusia imperante en media Europa y con partidos comunistas arraigados y amenazantes en diversos estados occidentales. Entonces, la respuesta europea a la amenaza soviética se sustentó en conformar unas sociedades igualitarias, cohesionadas y comprometidas. Nada que ver con lo de nuestros días.

Ahora que, nuevamente, parece “¡Qué vienen los rusos!”, deberíamos extraer dos conclusiones de nuestra historia reciente. De una parte, la necesidad de asumir una mayor inversión y coordinación en defensa. Y, de otra, entender que el mayor rearme europeo debe venir desde la moral y la decencia. En esa dirección no vamos.