El ser humano es imperfecto, aunque algunos lo sean (o seamos) más que otros. Siempre hay un garbanzo negro en cualquier colectivo, nadie está libre de que algo negativo pase en su entorno cercano. La única medicina efectiva es una buena dosis de valores, reforzada por una vigilancia eficaz. Está todo inventado, norma y cumplimiento, separación de poderes, regulación y supervisión.

Es cierto que cada sociedad ha desarrollado un umbral de tolerancia diferente para cada pecado capital. Hace poco nos hemos enterado de que en Japón han despedido a un profesor por hacer trampas en la máquina de café, habiendo producido un quebranto acumulado en sus fechorías de tres euros. O, hace años, un ministro alemán tuvo que dimitir por usar a título personal los puntos acumulados en viajes de empresa antes de ser ministro. En el otro extremo, no son pocos los presidentes latinoamericanos que acaban sus mandatos con las arcas llenas, más de uno con casa en Madrid.

Cada sociedad tiene sus filtros, es cierto, pero hay ciertos valores universales. Entre despedir a alguien por tres euros y dar por bueno el trinque de millones cada uno puede sentirse cómodo tolerando una cierta zona gris, pero en España, cuando hablamos de corrupción, hablamos de corrupción seria, de millones de euros. Nuestro filtro moral acepta, en ocasiones a regañadientes, el uso privado de bienes públicos, desde el Falcon a Doñana, o incluso ahora la redacción de leyes ad hominen para lograr seguir en el poder. Llevárselo a manos llenas, y que te pille la justicia, no, o todavía no.

La corrupción parece un mal derivado de la democracia. No es que lo sea, simplemente con democracia nos enteramos de que existe. En los regímenes dictatoriales también existe, y mucha, pero los casos se suelen dar en el entorno del dictador y nunca se conocen. En la actualidad tenemos cerca de 75.000 cargos públicos vinculados a la política en todas las Administraciones, cantidad a la que se une un número indeterminado de asesores. Entre todos ellos, evidentemente puede haber personas sin valores. El problema, y grave, es cuando esos valores faltan en la cúpula.

Hemos vivido casos de corrupción de todo tipo y condición, aunque la mayoría más bien chungos, propios de la saga de Torrente. Cuando nuestra democracia era joven, nos topamos con problemas en la financiación irregular de los partidos, pero luego ya pasamos al trinque directamente. Hemos tenido trinque sin más, como el de más de un ayuntamiento normalmente vinculado a recalificaciones, pero también trinque asociado a presupuestos con fines sensibles, lo cual es doblemente reprobable. 

Especialmente triste fue el caso de Luis Roldán, llevándose dinero de fondos reservados contra el terrorismo, por no decir de los errores cometidos en la guerra sucia, de nuevo Torrente. Mal, muy mal estuvo robar del dinero destinado al subsidio de paro, como fatal estaría, si se prueba, robar en un momento donde las mascarillas parecían la única palanca a la que aferrarnos.

En realidad, quien carece de valores roba cuando puede, y en el caso de las mascarillas la tramitación de las compras se realizó, lógicamente, por procedimientos urgentes y abreviados, lo cual no quiere decir que carentes de controles posteriores, como ahora estamos viendo. El uso de fondos europeos va a poner aún más problemas a los presuntos delincuentes y a quienes no les vigilaron adecuadamente, porque los filtros formales de nuestros socios son bastante estrictos.

La reacción de nuestra sociedad con la corrupción es, como casi todo, efervescente. Nos encanta el linchamiento público del supuesto corrupto, pero las consecuencias electorales para sus partidos no suelen ser muy altas. Lo que ocurre con las personas, normalmente un proceso judicial que en ocasiones acaba en prisión, ya no es tan importante, lo es más la pena del telediario. El tiempo que pase en la cárcel tal o cual político nos la trae al pairo, lo mismo que si se restituye lo robado. Lo importante es el linchamiento, tal vez porque somos descendientes de los romanos, que se divertían viendo sangre en el circo.

En España, han ido a la cárcel presidentes autonómicos y ministros; cuando la justicia actúa no le tiembla el pulso, pero esa necesaria limpieza del sistema no evita que el mal rebrote. Ahora estamos frente a un caso en fase de instrucción judicial y los partidos están en su salsa, tirándose los trastos a la cabeza, encendiendo el ventilador, jugando al “y tú más”. Lamentablemente les importa muy poco entender el porqué de estos males y, sobre todo, trabajar en evitarlos mejorando la selección de quienes se van a dedicar a la política.

Lo que quieren unos es derribar al Gobierno y otros, resistir a cualquier precio. Como siempre, lo de menos es preservar las instituciones y, por supuesto, atrás quedan los problemas de los ciudadanos, esos nunca son prioritarios.