Se le critica a la iglesia que vive alejada de los problemas terrenales, que ha olvidado las preocupaciones de sus fieles y que está más pendiente del más allá que del más acá. Algo de razón habrá en ello. Por fortuna, quedan unos pocos sacerdotes que demuestran que se puede procurar por las almas del rebaño sin olvidar sacarle de penas al cuerpo. Es el caso de Alfonso Masa, el sacerdote de Don Benito acusado de traficar con pastillas de Viagra, que hizo suya la tan cristiana sentencia que asegura que no sólo de pan vive el hombre, sino que hay otras necesidades. Alfonso Masa fue detenido junto a su pareja sentimental, lo que nos reafirma en que el buen mosén conoce de primera mano las necesidades carnales que los hombres sufren en este valle de lágrimas, no es como tanto sacerdote que se permite pontificar sobre el sexo o las relaciones sentimentales, sin conocerlas. Según la Guardia Civil, la venta se realizaba en la propia vivienda del detenido, cosa comprensible, no iba a poner una tienda en una calle comercial de Don Benito, seguramente a los sacerdotes no les está permitido el pluriempleo y en ese caso habría recibido una advertencia del obispo.

-Como todas las creaciones de la tierra, también el Viagra es obra del Altísimo, puesto que, de no haberlo querido Él, ningún científico habría podido descubrir píldora tan maravillosa. ¿Quienes somos nosotros, los mortales, para oponernos a los designios del Señor?

Así debió de reflexionar el sacerdote acusado antes de ponerse manos a la obra. A fin y al cabo, la función de un ministro de Dios es hacer el bien, y a ello se aplicó a base de vender Viagra. Se le podrá objetar, en todo caso, que vendiera las pastillitas azules en lugar de regalarlas, pero de todos son conocidas las penurias económicas de una triste parroquia, no podemos pretender que el cura pague de su bolsillo la solución a los problemas eréctiles de los feligreses, hasta ahí podríamos llegar.

-Demos pues gracias al Señor y bendigamos todo lo que gracias a la Viagra podremos hacer, de la misma forma que bendecimos los alimentos que vamos a tomar. Hermanos, oremos- imagino que les decía el cura de Don Benito a quienes se personaban en su casa para conseguir la dosis de Viagra.

Que Dios escriba con los renglones torcidos no significa que desee que estén también torcidos los miembros viriles de sus fieles, todo lo contrario, los quiere perfectamente rectos y erguidos, aunque para ello deban ayudarse de la farmacopea. Su representante en Don Benito, hoy injustamente denigrado, era un simple intermediario entre el Creador y los hombres. Masculinidades que llevaban tiempo muertas, resucitaron gracias a las píldoras del sacerdote, y más de un feligrés, tras ingerir la pastilla, se dirigió a su propio miembro viril con la bíblica expresión de “levántate y anda”. “Aleluya”, se oía exclamar a las señoras en las alcobas de Don Benito.

Quiero creer que, antes de recibir la sagrada pastilla de manos del sacerdote, los fieles debían confesarse, esas cosas es mejor acogerlas con el alma pura. Tras ello, puestos todos en fila, abrían la boca y el mosén se la depositaba sobre la lengua. Después de tragarla, decían amén y se iban directos a casa -o a donde fuere- sin siquiera pasar por el bar, no fuera a ser que se difuminase el efecto.

En este país cainita, la justicia cae siempre sobre los hombres buenos, y el cura Masa deberá rendirle cuentas, sin que le valga de nada argumentar que su reino no es de este mundo. Esperemos que el tribunal sepa valorar el bien que este hombre ha traído a toda la comarca y más allá. Si no es así, en su declaración siempre puede hacerse el despistado.

-Señoría, yo repartía Viagra sin saberlo, soy un buen cristiano y mi mano derecha no sabía lo que hacía mi mano izquierda.