Lo dijo Orwell en su magnífica obra 1984, nada mejor que un pueblo ignorante para poder manipularlo. Y en esas estamos, en un nada sofisticado ejercicio de ingeniería social donde las palabras de Orwell se quedan cortas.
La reciente, y estéril, polémica sobre una bandera con la cruz de Borgoña “hallada” en una comisaría de la Policía Nacional ha venido jaleada por tuits tan entusiastas como ignorantes. La cruz de Borgoña la trajo a España Felipe el Hermoso, marido de la princesa Juana de Castilla y padre del emperador Carlos V. Desde entonces, esta cruz ha estado relacionada con nuestros ejércitos, siendo su emblema más antiguo. Su uso por los carlistas, quienes tampoco nacieron en el 36 y que tienen más vinculación con Convergencia y el PNV que con Vox, no tiene que despistarnos, se trata de un símbolo 100% español y para nada alineado con movimientos de ultraderecha. De hecho, la UME, creada en 1994 por el nada sospechoso presidente Zapatero, lleva como fondo de su escudo una cruz de Borgoña.
España es, mal que les pese a algunos, el Estado nación más antiguo de Europa. Formalmente nació en 1492 con la toma de Granada, aunque si nos olvidamos del pequeño reino nazarí, España, entendida como suma de Castilla, León, Aragón y Navarra, nació en 1469, con el matrimonio de Isabel y Fernando. Los símbolos de nuestra nación han ido evolucionando, pero no hay que ser Einstein para darse cuenta de que los símbolos que representan a nuestro país nacieron antes de que Franco se convirtiera en jefe del Estado español en 1939. Resucitar a Franco solo sirve para darle más importancia de la que realmente tiene en nuestra larga historia nacional. Como bien dijo hace poco el más internacional de nuestros actores, Franco está más vivo ahora que hace 40 años, será que a alguno le conviene mantener esta polémica artificial.
Somos tan superficiales, por no decir iletrados, que símbolos nacionales con cuatro o cinco siglos de antigüedad se asocian al malo malísimo del siglo XX. El águila de San Juan, por ejemplo, la incorporó Isabel la Católica al escudo nacional en 1475. Los cuatro evangelistas se han representado en el arte sacro durante siglos mediante cuatro animales, los tetramorfos, siendo el águila la representación de San Juan. Las cuatro torres de los evangelistas de la Sagrada Familia están, recientemente, coronadas por un águila, un toro, un león y un ángel, no porque queden bonitas en las fotos de las divinas de Instagram, sino porque representan a San Juan, San Lucas, San Marcos y San Mateo.
El águila de San Juan se convirtió en águila bicéfala con la llegada al trono de Carlos V, emperador del Sacro Imperio romano. De hecho, el escudo nacional de Austria cuenta con un águila bicéfala, y el alemán con un águila. Asociar el águila a valores preconstitucionales es, simplemente, un ejercicio de incultura o de manipulación. El escudo de la España constitucional tenía, también, un águila de fondo hasta 1981, cuando el escudo se simplificó e incorporó símbolos de la dinastía borbónica. Pero igual que se simplificó en 1981 podría cambiar hoy recuperando el águila, el yugo y las flechas o lo que le apeteciese a nuestros legisladores.
El yugo y las flechas, de nuevo, no las inventaron ni José Antonio ni Franco, sino que aparecen en el escudo de España en 1492, representado simplemente el nombre los monarcas, Ysabel (Yugo) y Fernando (Flechas). Podían haber elegido un Iglú y un Fantasma, pero eligieron un yugo y unas flechas. Su uso en el siglo XX no debería confundirnos, salvo que queramos ser confundidos.
Manipular la historia es algo de lo que nos previno Orwell con el Ministerio de la Verdad, pero, lamentablemente, es lo que nos sucede abusando de la ignorancia media. La escasa exigencia de los programas de educación actuales tiene por resultado jóvenes tan acríticos como fácilmente manipulables.
Visitar monumentos que cuentan con siglos de antigüedad debería ser suficiente para sacarnos del error. Si alguien piensa que un edificio de más de 400 años está adornado con símbolos franquistas es que tiene un grave problema cognitivo. El programa Erasmus que facilita el intercambio de estudiantes universitarios entre países de la Unión debería reforzarse con un programa de intercambio nacional para estudiantes de bachillerato. El saber os hará libres, como decía San Juan, representado por un águila, que no aguilucho. Un día visitando Toledo puede hacer mucho bien, si la historia que se cuenta es la veraz.
Las murallas que rodean la antigua ciudad de Buda, hoy parte de la bellísima capital húngara, cuentan con una placa que recuerda a los 300 españoles que participaron en la reconquista de Buda frente al Imperio otomano. La placa consta de los escudos húngaro, el español de la época de la II República, momento en el que se colocó la placa, y, también, el de España del siglo XVII cuando Don Manuel Diego López de Zúñiga, duque de Béjar, y su tercio de 300 hombres fueron decisivos en la reconquista de Buda. España fue fundamental para evitar un nuevo dominio musulmán en Europa.
La historia debe ser simplemente eso, historia, y tiene todo el sentido colocar el escudo por el que pelearon 300 españoles y docenas de ellos dejaron allí su vida, entre ellos el duque de Béjar. No tienen película, a diferencia de los espartanos de las Termópilas, pero se la merecen igual o más. Pero es, simplemente, lamentable, ver como la Generalitat trató de reinventar la historia y puso otra placa en el año 2000, al ladito de la primera, como si López de Zúñiga fuese catalán. Parece ser que, entre los 300 españoles, 52 eran de origen catalán. Pues vale. También los habría de Albacete, Teruel o Zamora, y no hay placas de cada uno de sus pueblos. Pero así, alguno se pudo dar un homenaje en Budapest a costa de nuestro dinero. Claro que si Cristóbal Colón, Cervantes o Teresa de Jesús pueden ser catalanes según el aberrante y subvencionado Instituto de la Nueva Historia (casi, casi Ministerio de la Verdad), por qué el tercio español no era catalán en realidad, si la rueda también la inventó un catalanet. Ya sabemos que los de Bilbao son tan suyos que pueden nacer donde quieran. Ahora también los catalanes, amb dos collons.
Tenemos tantos problemas, o pseudoproblemas, cotidianos que vamos abandonando los fundamentos culturales básicos. La ignorancia es el poder, la guerra es la paz, la debilidad es la fuerza. God save Orwell.