Las reacciones al fichaje y posterior renuncia de Alberto Garzón por la consultora Acento representan un salto cualitativo en el grado de sectarismo y de intolerancia de parte de la izquierda a la izquierda del PSOE. Ahora ya no solo se critica a los que se van en el momento en que lo anuncian, sino que la persecución prosigue aunque el hereje haya abandonado la política.
Garzón, exministro de Consumo y hasta final de 2023 coordinador general de Izquierda Unida (IU), anunció el martes que fichaba por Acento, la consultora fundada por Pepe Blanco, exministro de Fomento y ex secretario de Organización del PSOE, y presidida por el exministro de Sanidad del PP Alfonso Alonso. Iba a dirigir el departamento de Prospectiva Geopolítica y ocuparse de temas como ecología, economía, retos de futuro y análisis político y legislativo.
Inmediatamente, las presiones de su antiguo espacio político se hicieron sentir en las redes sociales. Sumar y Yolanda Díaz, según algunas informaciones, se distinguieron en alertar de los perjuicios que la decisión podría acarrear a la formación, en vísperas de las elecciones gallegas, en las que Sumar está en el límite de entrar en el Parlamento o quedar fuera, según las encuestas. El portavoz de Sumar, Ernest Urtasun, sin embargo, ha negado esas presiones.
En IU apoyan la renuncia aunque algunas fuentes aseguran que el partido había dado permiso a Garzón para que negociara con Acento. Los más duros, como siempre, han sido los dirigentes de Podemos. En un artículo en el Diario Red, Pablo Iglesias escribe que “hay opciones más decorosas para un comunista que alquilar tu experiencia como ministro (porque eso es lo que pagan) a una consultora dirigida por exministros del bipartidismo que vende sus servicios a empresas privadas”.
El goteo constante de abandonos en Podemos no lleva a sus dirigentes a reflexionar sobre en qué ha quedado convertido un partido que obtuvo cinco millones de votos. Al contrario, el señalado es el que se va, que lo hace unas veces porque se ha desviado de la ideología del partido –el “desviacionismo”, de ingratos recuerdos– y otras porque va a aprovecharse material y personalmente de la decisión de romper con Podemos. Nunca porque, honestamente, los disidentes hayan llegado a la conclusión de que los ideales en los que creían han sido desplazados por el sectarismo, la bunkerización y la conversión del partido en poco más que una empresa familiar.
Y los abandonos son numerosos y relevantes, entre ellos varios secretarios de Organización y dirigentes territoriales, además de la mayoría de fundadores, que ya se fueron mucho antes. El dogmatismo de Iglesias, Ione Belarra o Irene Montero ni siquiera ha podido soportar las críticas de uno de los fundadores, Juan Carlos Monedero, fulminado de Canal Red por sus divergencias con la estrategia del partido. Monedero, de todas formas, pone por delante su antigua amistad con Iglesias y no romperá del todo con Podemos.
Es verdad que el intento de fichaje de Garzón por Acento no era muy coherente con las críticas que el exministro había lanzado hacia las puertas giratorias, pero una decisión que puede ser contradictoria pero que tiene derecho a tomar una vez fuera de la política –entre otras razones por supervivencia– no merece la descalificación que ha llevado a la renuncia.
En el comunicado en el que anunciaba su renuncia, Garzón dice unas cuantas verdades que están en el trasfondo del asunto. Tras asegurar que “la política es una trituradora de personas”, afirma que “la izquierda en la que yo creo, no debería reproducir esas prácticas que expulsan a más gente de la que integran”. Y más adelante hay dos ideas dedicadas a Pablo Iglesias, aunque sin mencionarlo. “La izquierda en la que yo creo es menos prejuiciosa e inquisitorial”, escribe, y añade que “lo importante no es el lucimiento personal en términos de pureza izquierdista”.
Y termina con otra afirmación certera: lamenta que “las dinámicas tóxicas que nunca compartí todavía me persigan incluso ahora que estoy fuera de la política formal”.
Toda una descripción de una situación que muchos comparten desde fuera, pero expuestas ahora por alguien que estuvo dentro hasta hace tres meses, y que la arrogancia de la dirección de Podemos se niega a admitir, aunque vaya perdiendo cada vez más eslabones de la cadena.