El martirologio cristiano ofrece buenos ejemplos que recuerdan la evolución de Pedro Sánchez en los últimos ocho años.
El caso de San Dionisio –Saint Denis para los franceses– es muy similar. El Apóstol de las Galias fue martirizado y decapitado en París en el año 272. Con la cabeza en sus manos atravesó Montmartre, unos seis kilómetros, y al encontrarse con una mujer noble y piadosa le entregó su testa y se desplomó. La célebre basílica (mausoleo de los reyes franceses) se levantó en el lugar exacto de esa caída, según cuenta la leyenda. La ciudad a las afueras de París y hasta su gran estadio llevan a gala su nombre. La Francia, republicana y laica, tiene estas paradojas.
Durante siglos se añadieron y difundieron falsificaciones sobre su persona y su memorable paseo sin cabeza. Se afirmó, incluso, que la capacidad apostólica de Denis procedía de haber escuchado a San Pablo predicando los sermones fundacionales del cristianismo. De este maestro converso, que por fechas no pudo conocer, el santo francés heredó su verbo fácil para decir y desdecir con tal de convencer y convertir a paganos galos en sumisos fieles cristianos.
A Sánchez le ha rodeado también –hasta ahora y entre los suyos– un halo de mártir. La militancia socialista reconoce como un milagro progresista que aún se mantenga en el poder, contra viento y marea. Los dirigentes que él ha ido decapitando admiten que el milagro sanchista no es por esa permanencia en el poder. Lo sobrenatural sucedió cuando, después de cortarle la cabeza, el 21 de mayo de 2017 retomó la secretaría general del partido, hasta ser beatificado por la exitosa moción de censura de 2018 y legislaturas posteriores.
La militancia del PSOE sigue abonada a este tipo de fenómeno trascendental por inexplicable. El mejor ejemplo de estos días es la rebelión que se está produciendo en Andalucía. Más de la mitad de los militantes de Huelva y buena parte de los miembros del Comité Provincial han plantado a la dirección por el castigo que la secretaria provincial, la senadora Limón, les sigue infligiendo, dejándolos fuera del proyecto.
El asunto no pasaría de ser una vulgar lucha por sillones si no fuera por las declaraciones de estos representantes rebeldes. Afirman que el partido se está descomponiendo en todos los sentidos, electoral y orgánicamente. Es cierto, han perdido por primera vez muchos ayuntamientos, numerosas mancomunidades, la Diputación y, lo más grave, el control de la empresa pública Giahsa, el abrevadero por excelencia para militantes serviles y demás dirigentes.
Es evidente que el PSOE se descompone poco a poco en el sur, su histórico granero. Esta militancia resistente señala también a Espadas y Gómez de Celis como principales responsables, y en su protesta cuenta con el apoyo del camaleónico Mario Jiménez, el que fuera portavoz de aquella gestora que sustituyó a Sánchez y que después le entregó la cabeza de Susana Díaz.
Pero, atención, estos rebeldes andaluces dicen sentirse impotentes por no poder defender, más y mejor, en la calle y en las redes a Pedro Sánchez: “La dirección provincial no está sabiendo vender a la ciudadanía todas las políticas progresistas que se están poniendo en marcha”. Mientras el partido se autoinmola, Sánchez va camino de la canonización, aunque tenga más vida sin cabeza que con ella.
Cuentan que una amiga de Voltaire, la marquesa de Defand, escuchaba al arzobispo de París mientras le relataba con todo detalle el milagro de Saint Denis por haber caminado tanto trecho sin cabeza. La dama, más deísta que cristiana, le hizo este apunte: “Lo creo, eminencia; en casos como este, lo que cuesta es dar el primer paso”. La fe no tiene límites, y si no que se lo pregunten a la militancia socialista, rebelde o no.