Durante muchos años, en Cataluña existió un mantra: es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña. Esta frase significó una voluntad explícita de integración social de todas aquellas personas que a partir de los años 50 vinieron a vivir a Cataluña. Explotamos y exploramos la integración social y cultural. La Cataluña actual es fruto de ese proceso. Pero, en los últimos años, la realidad social, económica, cultural, ha cambiado el panorama.

La crisis económica del 2008 ha tenido muchos impactos negativos, y uno de ellos ha sido el del empobrecimiento y el freno al ascensor social. Empezamos por la negociación de un pacto fiscal más equilibrado y finalizamos con una declaración de independencia non nata.

En estos momentos, y dada la negociación de un acuerdo de gestión migratoria, nos encontramos a las puertas de abrir otra brecha en la cohesión social de este país. Y me explico: tratar el tema de la inmigración, con todas sus complejidades y aristas, como un elemento poliédrico en el que entran muchos y variados factores, no es de recibo hacer un planteamiento reduccionista, con tintes ciertamente racistas y con elementos que son fuente de discordia, y biblia de partidos de extrema derecha. Abordar de esta manera la inmigración es muy peligroso.

El riesgo, como sociedad, es no saber poner el énfasis necesario en las dimensiones positivas e ir explotando y explorando las pulsiones negativas. Muchos factores y actores inciden en esos impactos negativos.  

Razones lingüísticas, culturales, religiosas, entre otras, están aflorando en el debate, y con mucha rapidez. Aprendamos de los errores, no minusvaloremos el tema de la inmigración, pero no carguemos sobre ella todos los factores económicos y sociales que no hemos sabido gestionar, que no hemos sabido corregir con políticas inclusivas (trabajo, educación, vivienda, sanidad…). ¿Nos podemos permitir, como sociedad, una nueva fragmentación social cuando aún no hemos finalizado de cicatrizar las heridas de la pasada década?

Cataluña es y ha sido territorio de paso, de mestizaje. La historia nos explica la quema de barrios judíos, la expulsión de los árabes… y la decadencia económica que significaba cada una de esas acciones. Si el argumento electoral impulsa el lema de Cataluña para los catalanes, flaco servicio hacemos a la historia de Cataluña como país de acogida. Recuperemos la amplitud de mente, y volvamos a saber negociar buenos acuerdos que permitan el crecimiento económico y social que este país se merece.