En Barcelona, si no hablas catalán, no tocas el clarinete, así de claro. Por lo menos, no lo tocas en la banda municipal, como le ha sucedido al músico sevillano que no ha superado el examen a que fue sometido. En otros lugares, para tocar el clarinete, basta con saber solfeo, pero en Barcelona lo más importante es hablar perfectamente el catalán --no basta con chapurrearlo, no crean ustedes--, lo del solfeo ya se verá, lo primero es lo primero. Qué más da que uno desafine, si lo hace en un perfecto catalán. Tómense como ejemplos al Ayuntamiento y la Generalitat, cuyos responsables políticos no hacen más que desafinar día tras día, pero como lo hacen en catalán, ahí siguen, sin nadie que los despida.
A lo mejor el pobre músico al que han despedido, tocaba el clarinete con acento sevillano, lo cual ofendía los sensibles oídos de la burguesía barcelonesa --el alcalde Collboni a su cabeza-- que los domingos por la mañana, al salir de misa, acude a los conciertos de la banda. Han tardado veintisiete años en darse cuenta de que ese clarinete sonaba demasiado andaluz, lo cual habla por si solo del oído musical de nuestros responsables municipales.
Uno imagina al maestro clarinetista, acudiendo solícito al examen que, según le habían notificado, debía superar para seguir en la banda, que ya son ganas --pensaba él--, después de veintisiete años demostrando cómo toco. En fin, aun con todo, ensayó toda la noche, que no se diga que no pongo interés, así que de buena mañana entró en el aula, clarinete en mano, dispuesto a dejar al tribunal tan satisfecho que no solo le mantendrían en la banda municipal, sino que aplaudirían su actuación puestos en pie y gritando bravos. Cual no sería su sorpresa cuando, justo cuando pensaba que le ordenarían interpretar por lo menos el Concierto para Clarinete en La Mayor K622 de Mozart, le dijeron:
-- A ver, repita usted: Setze jutges d'un jutjat, mengen fetge d'un penjat que encara penja.
Y ahí se esfumó su contrato con la banda municipal de Barcelona. De nada valió su currículum, su experiencia, su virtuosismo, ni su destreza al clarinete. En la actual Barcelona, como en la actual Cataluña, para ser barrendero o para ser catedrático no importan los méritos sino el nivel de catalán. Al parecer, así se construyen las grandes ciudades y los grandes países.
El suceso ofrece unas cuantas dudas, la principal de ellas es si para tocar otros instrumentos es también necesario hablar catalán. Si un clarinete puede sonar andaluz, castellano o gallego, dependiendo del origen del intérprete, lo mismo le puede suceder a un tambor o a un violín. Incluso a un piano. O tal vez sea un problema solamente de los instrumentos de viento, que por su propia naturaleza no pueden ser tocados con la boca cerrada y el aire que expulsan delata el origen no catalán del intérprete. Habrá que preguntarle a Collboni si los trompetas, tubas y trombones de la banda municipal, están también obligados a demostrar su excelente catalán, o es algo restringido a los clarinetes. No sería de extrañar que, siendo el clarinete muy parecido a la tenora, el instrumento más característico de la cobla y la sardana, en adelante sólo puedan tocarlo quienes acrediten un nivel excelso de lengua catalana. Cuestiones identitarias más raras se han visto últimamente por aquí.
Habrá que ver qué opina del caso Woody Allen, clarinetista que suele venir a Barcelona cada año con su banda. Estaría bien que se mostrase solidario con su colega sevillano. Aunque lo más probable es que, si le cuentan lo que ha sucedido, se lo tome como un chiste y lo incluya en su próxima película. Ya se enterará de que la cosa va en serio, ya, cuando cancelen su concierto en Barcelona porque su clarinete tiene acento americano, claro.