Tras descartarse sin modestia alguna como ministra, aunque no hay constancia de que ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz se lo hubieran propuesto, Ada Colau también se ha borrado de la lista europea, donde fácilmente la hubiéramos podido ver encabezando la candidatura de Sumar. El nombre de la exalcaldesa no estaba mal para competir en el mundo de la izquierda, particularmente frente a la exministra Irene Montero, que ya ha sido designada por Podemos como número 1 para las elecciones de junio con destino a Bruselas.
Esa cita con las urnas será importante para determinar si el espacio inicialmente liderado por Pablo Iglesias tiene todavía algún futuro y hasta qué punto logra erosionar al de sus antiguos compañeros de viaje. Colau nos puede gustar más o menos, pero es indudable que conserva un capital político y un nombre en toda España. Por eso sorprende que, como explicación al anuncio de que “me quedo en el ayuntamiento”, solo haya dicho algo tan vago como que “no he venido a ocupar cargos, creo en un proyecto de ciudad”.
Ahora mismo, no sabemos eso qué exactamente significa, pero todo indica que del consistorio barcelonés no se va ni con agua caliente. Lo esperable de alguien que ha sido alcaldesa ochos años, cuya derrota fue clara en las elecciones de mayo pasado, que fueron casi un plebiscito contra ella, era dar un paso al lado, buscando otro destino político.
Los comunes llevan desde el verano pasado insistiendo en la formación de un gobierno municipal con el PSC, aunque ese bipartito no serviría de nada sin la participación de ERC, pues no alcanza la mayoría absoluta. Pero Colau sabe que los republicanos difícilmente van a participar como fuerza minoritaria en un menage à trois cuando en 2019 entre ambos les birlaron la alcaldía con la ayuda externa de Manuel Valls. Si ese pacto tripartito fuera fácil, ya estaría hecho, pero cada vez es menos probable.
Desde que empezó el curso político, la exalcaldesa no ha hecho más atacar al alcalde Jaume Collboni desde los medios y con mociones de reprobación, lo que es inusual al inicio de una legislatura, y en medio de unas supuestas negociaciones. Es evidente que Colau sabe que las opciones de pacto que tiene el socialista Collboni son muy limitadas y se reducen ahora mismo a un acuerdo con Xavier Trias, quien querría irse a casa una vez despejado el futuro gobierno de Barcelona. Los comunes llevan meses señalando y denunciando la entente con Junts, pero en realidad parecen desearla.
Ese pacto justificaría la permanencia de la exalcaldesa en el consistorio en el papel que mejor sabe interpretar, como fustigadora de un alcalde que se ha “vendido a la derecha y a los intereses de los poderosos, los lobis, etcétera”. El hecho de que Junts tenga un concejal más que el PSC se utilizaría para avalar que los socialistas han hecho suyas las políticas del partido de Trias. Un discurso que los opinadores colauistas, como Ernest Folch en El Periódico, ya han empezado a desempolvar. La acusación de que no habrá más superillas ni calles peatonales, de que la ciudad vivirá una regresión medioambiental, donde se priorizará a las motos y los coches frente a las bicicletas y al peatón, etcétera.
Los comunes ejercerían así de oposición y Colau tendría ocasión de reivindicar en cada pleno sus ochos años de mandato, manteniendo a su grupo municipal cohesionado, y dejando abierta la puerta a un posible nuevo intento como candidata en 2027. En fin, que no nos libramos de ella ni con agua caliente.