La noticia saltó en Vilavenut, un pequeño municipio del Pla de l’Estany. El tradicional nacimiento viviente que se celebra en ese enclave de Girona iba a tener dos vírgenes María y ningún San José. Al parecer, ninguna de las dos madres del bebé que hacía las veces de niño Jesús tenían intención de simular la figura del padre terrenal del Mesías y optaron por adaptar la tradición a unos tiempos en los que todo lo que enfatice nuevas fórmulas de pareja cuenta con el éxito asegurado del público, no sea caso que alguien pueda acusar a alguien de no ser moderno y progresista.
Personalmente, si el niño Jesús tiene padre y madre, dos madres o dos padres me resulta totalmente irrelevante. Pero entiendo que muchos miles de personas se toman muy en serio lo de la tradición navideña y para ellos puede haber supuesto un chute de adrenalina conocer la noticia que ha colocado a ese pueblecito en el mapa de las celebraciones y quizás en un destino de culto para el sonoro turismo LGTBI.
En realidad, da un poco de pena que el guionista del pesebre haya cambiado el relato de manera tan sorpresiva propinándole un puntapié a la reputación, ya dudosa, del buenazo de San José. Es la figura del nacimiento que siempre ha tenido que defender una posición más comprometida, una paternidad que sólo la fe puede concebir y en la que hay que creer sin pruebas de ADN mediante. Toda la vida siendo el patito feo de la fiesta del nacimiento y ahora, por un deseo personal acrecentado por el empoderamiento de los últimos tiempos, se ha caído de la titularidad del equipo y también de la convocatoria. No hay piedad para el bueno del carpintero al que además de su oficio le quedaba el consuelo de representar la figura de padre putativo de Jesús en una de las imágenes más universales de la historia, la del portal de Belén, a escasa distancia de los presentes de Oriente, con sus majestades y toda la corte de animales y personajes secundarios.
Veremos si en Vilavenut el próximo año se rebelan con otro giro copernicano del guión y logran en su futura 36 edición que se altere de nuevo el relato y peligre la presencia de algún rey mago. Todo es posible en estos tiempos en los que ser hombre es una condición de alto riesgo. A este paso los grandes referentes masculinos de la escena pueden verse amenazados. Ojo, que el próximo James Bond no tenga que cambiar de orientación sexual (conozco a más de uno a los que esa noticia supondría un mazazo más grandilocuente que el Maracanazo para Brasil en 1950) o que, ya que estamos inmersos de lleno en las fiestas navideñas, en la cabalgata de los Magos de Oriente alguno de ellos mute de raza y veamos tres reyes negros, o rubios. En fin, que el panettone reparta suerte y que ustedes lo pasen bien. ¡Ah! Y mucho ánimo para José de Nazaret.