Cada cierto tiempo salta a la palestra la guerra contra el tabaco. Es recurrente, seguro, pero también se está demostrando ineficaz. En España hay más de 9 millones de fumadores. Según el último estudio EDADES en 2022, el consumo diario de tabaco en los últimos 30 días es del 33,1%, casi un punto por encima del último estudio realizado en 2020. O sea, las medidas coercitivas no funcionan.
Se dejó de fumar dentro de los restaurantes por obligación, pero es habitual ver a los “nicotinadictos” en las puertas del establecimiento dándole al pitillo. Ahora nos dicen que se está estudiando prohibir el tabaco en las terrazas. En muchos restaurantes, Madrid incluida, no se puede fumar sentado en la terraza, aunque si te separas dos metros puedes meterte la dosis sin problema, pero sigues atufando al personal. Se perjudicará a la hostelería y no se reducirá el consumo. Más bien aumentará el cabreo del fumador, que seguirá siendo un apestado. Y no digo nada del sector que fumará en pipa, valga la redundancia.
Cada año escribo sobre este tema y, créanme, sé de lo que les hablo porque soy un fumador empedernido. Y raro, porque no veo mal que se achiquen espacios públicos -el siguiente serán las paradas de autobús como en EEUU-, haciendo bueno el símil futbolístico, pero insisto: las medidas coercitivas reducirán espacios, pero no resolverán el problema.
Puedo entender que la Administración dé una vuelta de tuerca a la regulación del cigarrillo, que es la forma más dañina de consumir tabaco. Sin embargo, la realidad es tozuda y los datos demuestran que las políticas de control tabáquico tradicionales están estancadas y no están dando resultados. Por tanto, es necesario un abordaje urgente que vaya más allá de la cesación y la prevención. Hay más alternativas. Y menos dañinas.
Pero estas alternativas cuentan con apriorismos dogmáticos. Las políticas de regulación del tabaco deben centrarse en proteger a la población no fumadora y a los menores, pero también deben ofrecer soluciones prácticas y efectivas a los fumadores para dejar de fumar. Y la medicación no funciona. No estaría mal dejarnos de apriorismos dogmáticos -a favor y en contra- y escuchar a la ciencia, porque estos apriorismos van en contra del fumador, que es el gran olvidado en esta guerra sin cuartel.
Hay alternativas libres de humo que son productos que eliminan la combustión, y eso significa que, aunque no están exentas de riesgo, representan una reducción muy significativa de la exposición a sustancias dañinas, si las comparamos con el cigarrillo u otros productos de tabaco de combustión. No son la panacea, seguro, pero no deben tratarse como si fueran los cigarrillos de toda la vida porque no son lo mismo.
No tiene demasiado sentido prohibir fumar en las terrazas a los fumadores y a los vapeadores o a los fumadores de tabaco calentado. Insisto, no son la panacea, pero ponerlos en el mismo nivel es simplemente ceguera. Tampoco lo son para el fumador, y en este campo también debe hacerse mucha pedagogía. Y eso es tarea de las empresas, pero también de las administraciones. El regulador debe de tener en cuenta que las alternativas sin humo no tienen nada que ver con un cigarrillo, y por tanto, no deben ser tratadas regulatoriamente de la misma forma. Los apriorismos, vaya.
Dejar de fumar no es fácil. También sé de lo que hablo. Las nuevas alternativas tecnológicas son un paso importante, porque en los países que se apuesta por estos productos se acelera la bajada de fumadores. Esto demuestra en sí mismo que el “C’est la guerre”, la bandera que muchos enarbolan, no es la solución. Las medidas de castigo son insuficientes y se traducen en resistencia por parte de los fumadores.
Como fumador, pido un contingente de cascos azules en esta guerra. Los fumadores no somos una especie a extinguir porque no nos vamos a dejar. Por cabezonería, o por dependencia, o porque todo el mundo se muere, también los no fumadores. Tómenlo como primicia. La ciencia nos abre un campo nuevo y conviene explorarlo. Rechazar las alternativas libres de humo como herramienta para la lucha contra el tabaquismo es un error, un grave error. La nicotina es una sustancia adictiva y lo mejor es evitarla, cierto, pero en estos productos la nicotina es parte de la solución y juega un papel fundamental para los fumadores. Pido que busquen una tregua y afronten el problema, que lo es, no tomando parte por unos contra otros, sino facilitando salidas a los fumadores. Recuerden que en mayo del 68 se decía “haz el amor y no la guerra”. Pues eso.