La eterna comparación entre Barcelona y Madrid lleva años siendo un asunto poco atractivo para los ciudadanos de la capital catalana y no parece que las cosas vayan a cambiar a corto plazo. La noticia aparecida ayer es un navajazo en el abdomen: Aena proyecta ampliar Barajas y convertirlo en el aeropuerto más grande de la Unión Europea mientras la decisión de que El Prat crezca sigue vegetando en el limbo.
Más allá de los planes que Aena tenga para el primer aeropuerto de España, el problema es que los mandatarios catalanes siguen sin tomarse en serio la necesidad de abordar la ampliación del de Barcelona. Se perdió una oportunidad de oro para pactarlo con el Gobierno y mientras Madrid sigue acumulando activos para convertir esa ciudad en un foco de inversión y de decisión, Barcelona sigue perdiendo opciones de mejorar su musculatura.
Es cierto que en las dudas que genera mejorar la infraestructura aeronáutica de Barcelona figuran varios aspectos, más allá de la política. Sin duda, la sensibilidad naturalista (yo añadiría que exageradamente buenista) es uno de los factores que nos han hecho perder de momento el tren del crecimiento. Pero también podemos detectar una falta de ambición política, una posición clara de las necesidades que tiene Barcelona y por ende Cataluña que impide un frente amplio del Parlament ponerse manos a la obra.
Hay dos elementos que han torpedeado ese tipo de aspiraciones en Barcelona en los últimos años: o el buenismo inoperante o la reivindicación independentista. El primero santifica a los patos de La Ricarda por encima de todas las cosas. El segundo coloca las principales reivindicaciones catalanas en Madrid en torno a demandas difíciles (la amnistía) o imposibles (el referéndum).
Varios partidos importantes que dicen velar tanto por Cataluña prefieren tirar a la basura su esfuerzo negociador por contentar a su parroquia antes que conseguir logros reales que afecten a la economía catalana y que, por tanto, permitan que Cataluña crezca y mejore. O populismo barato o altura de miras. Esa es la cuestión.
Si la presión que ejerce la capital catalana no va en la dirección correcta, ¿quién velará por nuestros intereses? ¿Madrid? No seamos ilusos. Dejemos de ver los problemas a 600 kilómetros de distancia y depuremos a quienes por incapacidad o mala fe son negligentes para resolver los problemas reales.
Cuando la oportunidad de recuperar fortaleza económica pase por delante de nosotros sin capacidad de reacción todavía habrá algunos que seguirán acordándose de Madrid como la imagen del mal, pero deberían autodestruirse por su escasa capacidad de visión a medio plazo. Eso sí, podrán emocionarse escuchando hablar en catalán en el Congreso mientras el grueso de la población seguirá reclamando apuestas más importantes y necesarias.