Esta tarde, la escuela de mi pueblo, de la que soy una orgullosa exalumna, organiza la tradicional feria de Santa Llúcia, que además de un mercadillo donde poder comprar manualidades y chocolate caliente incluye un concierto navideño en la iglesia y el mejor pesebre viviente del Maresme. Los actores son los alumnos de 5º de primaria (en mi época éramos los de 4º de EGB), que se lo pasan bomba disfrazados de pastorcillos, romanos, carpinteros, Vírgenes Marías o de lo que les haya tocado.
A mí, por ejemplo, me tocó ser el ángel que se le aparece a José en la escena del nacimiento después de la visita de los Reyes de Oriente: “Lleva’t de seguida, pren el nen amb la seva mare, fuig cap a Egipte i queda-t’hi fins que jo t’ho digui, perquè Herodes buscarà el nen per matar-lo”. Tuve que recitar esa frase tantas veces seguidas que se me quedó grabada en la memoria.
La escena del nacimiento fue, sin duda, la más animada de todas, porque allí estaban también mi amiga Carol disfrazada de rey Gaspar, que no paraba de hacer tonterías con la barba postiza; mi amiga Amalia, la más rubia y guapa de la clase, haciendo de Virgen María, y Sergi, el chico que me gustaba, interpretando a José y obligado a mirarme a los ojos cada vez que salía a anunciar que se fuera a Egipto.
“Qué pereza me dan las fiestas navideñas”, no dejo de escuchar estos días. Al contrario que a mucha gente, a mí la Navidad me despierta alegría. Me gustan las guirnaldas y las lucecitas, los regalos, las reuniones familiares, la sopa de galets y los turrones.
Me gusta ver a mi hijo jugando con las figuritas del pesebre al llegar del cole (el año pasado, con 2 años recién cumplidos, tuvo la gran idea de llevar al caganer al váter), a mi padre regresando del bazar chino con perritos de peluche vestidos de Papá Noel, a mi madre ilusionada por volver a cenar con todos sus hermanos, a mis primos más jóvenes bebiendo copas y hablando de dónde irán a bailar después.
Pero, sobre todo, me gusta recordar a los que ya no están. L’àvia, mi abuelo, mi querida tía I. Brindaremos por ellos y hablaremos de ellos, de lo que dijeron, de lo que hicieron, de lo mucho que los echamos de menos. Es la mejor manera de que no mueran de verdad.