Son particularmente injustas las previsiones de votos en los próximos comicios autonómicos (catalanes) para Carles Puigdemont (en adelante C. P.) o –en el caso de que no llegue a tiempo la amnistía, y por consiguiente no pueda presentarse como candidato– para quien él decida. Esos sondeos dicen que Junts pierde votos a chorros.
España es un país muy ingrato. Los lazis deberían tenerle a Carles Puigdemont una gratitud inmensa. Porque aunque es cierto que su declaración de independencia en 2017 fue pólvora mojada, y sólo duró 44 segundos, constituyéndose en la más breve de la historia universal (lo cual ya la hace, por lo menos, digna de figurar en el libro Guinness de los récords), esos 44 segundos siempre serán 44 segundos más de lo que haya conseguido ningún president –¡y no por falta de ganas!– desde Companys.
Además de que hasta llegar al fiasco, los lazis vivieron años de mucha ilusión, años emocionantes, nada que ver con el sempiterno aburrimiento y la resignación a asistir inertes al progresivo empobrecimiento de las familias. ¡Fueron años exaltantes! ¿Ya los han olvidado? ¿La ilusión no cuenta nada? Y sin que se produjesen muertes, salvo la del desdichado turista francés en el aquelarre del aeropuerto. Recordemos que en 1934 la charlotada de Companys se cobró unas cuantas docenas de vidas y cientos de heridos.
Bien, C. P. ha cometido errores, es cierto. Pero es que es humano, y los hombres somos imperfectos. Ha pagado, está pagando, esos errores con años de expatriación (o de exilio si se prefiere llamarlo así). Pero ahora, desde Waterloo y con sus escasas fuerzas, se ha vengado del PP que le aplicó el artículo 155 haciendo presidente a Pedro Sánchez. Le ha hecho un pulso al Estado y le ha doblado el brazo. Ha trasladado la cizaña del procés de Cataluña a toda España. Ha convertido el Congreso en Babel.
Ha ridiculizado al PSOE, a cuyos jefes obliga a ir a verle suplicantes y de rodillas, y a los que amenaza con fanfarronería, mientras les dice a la cara que no se fía de ellos, que les considera unos embusteros, sin que ellos se atrevan ni a rechistar, ellos que en cambio tan belicosos y locuaces se muestran contra los “fachas”. Ha arrancado a la Administración del Estado los trenes de Cercanías y 15.000 millones de euros, y lo que seguirá; ha hecho que el mismo Gobierno desautorice al poder judicial y a la policía, creando grotescas comisiones de investigación contra ambos estamentos…
A ver, amigos lazis: ¿esto, no es nada? Todo esto ¿no merece vuestro aplauso, vuestro apoyo, vuestros votos? Bueno, pero es que, además, C. P., negociando hábilmente, haciendo valer sus siete escaños, ha conseguido la impunidad para todos los delitos que durante 10 años se han cometido en el marco del procés, que, según vuestras cuentas, afectan a varios miles de cargos políticos y de ciudadanos particulares que han estado viviendo desde entonces a la espera de ser llamados a juicio, con la espada de Damocles suspendida sobre sus cabezas.
Pues bien: gracias a C. P., y en verdad sólo gracias a él, todo eso que hicieron no lo hicieron. ¿Es que tampoco tiene mérito ni valor aliviar a miles de soldados de tanta angustia y sufrimiento, de la probabilidad de ser multados, encarcelados o inhabilitados? Pero vosotros, en vez de llenar las calles con la foto de C. P., despreciáis sus logros y le negáis el voto.
Claro que para que todas estas victorias cuajen de verdad C. P., que tanto afeaba a los ercos su sumisión al marco jurídico español a cambio de quedarse con la Generalitat, ha tenido que incurrir en flagrante contradicción consigo mismo.
Pero a quien le reproche que ahora él hace exactamente lo contrario de lo que predicaba, que ahora hace lo que antes le afeaba a los ercos, o sea pactar con los socialistas españoles, él puede responderle que no ha mentido, sino que ha cambiado de opinión. ¿O es que no se puede cambiar de opinión? ¿Rectificar no es de sabios?
Ese es el único punto débil de sus magníficos logros en las negociaciones con el PSOE: que todas las promesas y concesiones que le ha arrancado al presidente del Gobierno dependen de que este, de repente, como tiene por acreditada costumbre, no cambie de opinión.