Todos los divorcios del mundo son iguales, pero las rupturas entre quienes se han tirado años predicando las bondades cósmicas del amor puro y desinteresado –“por el interés te quiero, Andrés”– poseen un aire de venganza épico. Y justamente así ha sido el esperado portazo de Lo Que Queda de Podemos a la constelación (planetaria) que se autodenomina Sumar, el partido de autoayuda de Sor Yolanda del Ferrol y sus devotos, silentes y entregados apóstoles y cofrades. La marcha de los cinco diputados morados –los últimos de Vistalegre– al Grupo Mixto del Congreso estaba políticamente descontada. No supone sorpresa alguna.

La única incógnita (relativa) era saber cuándo se consumaría. La espera ha sido breve: una vez que las exministras Montero y Belarra han dejado de serlo, el movimiento encabezado por Iglesias ha pasado a la reserva, a la espera de que vengan tiempos menos calamitosos. Es difícil: Podemos ha pasado de tener 5,1 millones de votos y ser la tercera marca política española en 2015 a convertirse en un consorcio de tres matrimonios (cruzados), lo cual es, sin duda, una gesta inversa al sentido tradicional que prescribe la épica. 

La suya es una epopeya interruptus: nunca pudieron superar ni el sectarismo interno, un vicio ecuménico entre todos los partidos políticos, ni la anagnórisis que significó el pacto (de sillones) con el sanchismo menguante. El abandono del barco de los sumables, dominado ahora por parte de sus antiguos socios, entre ellos el PCE, En Comú y Compromís, certifica la incapacidad de los pablistas para asumir su ocaso, al resistirse a ser gobernados por los que fueron sus siervos. Al tiempo, altera la mayoría de la investidura y priva al PSOE de los diputados que tenía Sumar, cuyo nombre alguien tendría que considerar cambiar pronto. 

Frente a lo que predica el coro de afectados, sobre todo en el ámbito madrileño y catalán, la salida de Podemos del círculo piruleta que capitanea Sor Yolanda es consecuente con el curso de los nuevos tiempos. No puede además ser considerada transfuguismo, como ya demostró el caso de Teresa Rodríguez, primera líder de Podemos en Andalucía, expulsada por Iglesias e IU de su escaño, junto a otros diputados de Adelante Andalucía, la CUP andaluza, que ganó en el Tribunal Constitucional el litigio contra sus excompañeros, que se aliaron con la derecha en la cámara andaluza para ejecutar su purga interna. 

El sanchismo comienza a cojear por su flanco izquierdo, lo cual es un acto de justicia poética. La deriva del PSOE, que ya es indistinguible del PSC con respecto al soberanismo, ha convertido la política española en un mercado persa, donde los diputados se prestan o se venden al mejor postor. El pacto de los socialistas y Sumar con los independentistas vascos y catalanes destruye todos los valores republicanos clásicos: la igualdad (invalidada al otorgar privilegios a los delincuentes del procés), la libertad (a los españoles se les impide votar el proceso desconstituyente que están ejecutando las antiguas izquierdas y los soberanistas) y la fraternidad (imposible de cumplir si se acepta la asimetría territorial). 

Dado que los socialistas, sin ganar las elecciones, han hecho de su necesidad un vicio (la virtud es un atributo de los sabios y los santos), los fieles de Pablo Iglesias actúan en consecuencia, poniendo sus últimas posesiones en venta. Si Junts ha logrado la rendición del PSOE con su minúsculo ejército de siete diputados, Podemos piensa hacer algo análogo con los suyos, obligando al sanchismo a doblegarse ante un señor feudal más. En la nueva lógica de la política española –las minorías mandan y las mayorías se someten a su chantaje– Podemos, por decirlo en términos de empresa, quiere rentabilizar su fondo de comercio, que es menguante (igual que el de Junts y ERC) pero vital para sostener la coyunda de la amnistía. 

Su minoría, sin embargo, tiene cierta posibilidad de recuperación si logran articular un frente común con ERC y Bildu, tal y como hicieron durante su etapa en el gobierno. La decisión, corporativamente hablando, es correcta: rompe el espejo de Blancanieves con el que se ha construido Sumar (que sin Podemos se convierte en una marca fake del PSOE, incapaz de mantener su cuota electoral) y devuelve a sus votantes, cada vez más escasos, el juguetito de su infancia. Que los tres matrimonios lo hagan por su interés –como se cuida el equipaje en un aeropuerto– es irrelevante. Todos los actores de la mayoría social-separatista están más preocupados de su supervivencia que de la democracia o del interés general del país. Algo perfectamente natural en el caso de políticos tan humildes y alérgicos al narcisismo. ¿Verdad?

Sumar no ha tardado ni ocho días en toparse con la realidad: no se puede querer administrar los votos ajenos –sean muchos o pocos– y vetar, al viejo estilo bolchevique, pero con sonrisas enlatadas, a sus elegidos. Lo ha resumido con exactitud Teresa Rodríguez: “Sumar parecía una fiesta de cumpleaños y ha resultado ser el pasaje del terror”. A Podemos ya le sucedió esto mismo. La legitimidad de Sor Yolanda sigue siendo la otorgada, en aquel gesto absolutista, por Pablo Iglesias. No existe ninguna otra. Sumar nunca ha celebrado un congreso constituyente. Su líder se entronizó a sí misma, igual que Napoleón. La vicepresidenta ha cobrado en cargos, dinero y privilegios el sobrante del antiguo Podemos. Iglesias, cuyo Canal Red no sabe distinguir entre una exclusiva, una primicia y una filtración, y tampoco entre el periodismo y la propaganda distópica, ha anunciado que piensa abrir un restaurante. No tardaremos mucho en verlo presentar la teletienda.