Todo indica que la patria anda estos días llamando a mucha gente: rezadores de rosarios, partidarios de la cruz (gamada), generales retirados, algún obispo, jueces en activo, policías y guardias civiles a los que hierve la sangre y quieren derramarla, aunque parecen preferir derramar la ajena. Todos ellos han oído la llamada y han respondido con entusiasmo. Acuden a la pelea, como un solo hombre, guiados por el lema de la legión: con razón o sin ella.
Algunos de estos colectivos preocupan poco. Para los rosarios si, como ellos creen, Dios existe y es perfecto no habrá respuesta. Desde la perfección absoluta, cualquier movimiento que hiciera lo llevaría necesariamente a la imperfección, dado que no puede ser más perfecto de lo que es. Así pues, los rezos son inútiles y, además, no molestan a nadie.
Los generales retirados son antiguallas. La inmensa mayoría no ha olido más pólvora que la de las maniobras y la de los fuegos artificiales. Si hubiera tiros de verdad, es posible que salieran por piernas. Fuera de eso, lo que de verdad aprecian es emperifollarse con bandas, fajines, medallitas y collarines.
Comparten gusto por los perifollos con obispos como el de Oviedo, que critica un día sí y otro también el derecho al aborto, pero defiende que lo de Rubiales a Jenni Hermoso es “pura leyenda”. En sus misas deja claro que no le gusta el Gobierno, por rojo. Si fuera púrpura, sería distinto. Eso sí que da gusto: qué bien visten los cardenales. Quien mejor lo supo ver fue Fellini cerrando aquella extraordinaria película que tituló Roma con un desfile de modelos eclesiales. A los obispos les preocupa mucho más el Gobierno del César que el desgobierno pederasta de su propia casa.
Los policías y los guardias de sangre caliente sí son preocupantes. No por sí mismos, sino porque demuestran que las academias que forman a estos cuerpos armados no son un filtro frente a los fanáticos. Tampoco parece serlo la Academia del Ejército donde se educa la hipotética futura reina de España, Leonor de Borbón. Uno de sus colegas fue pillado pistola en mano en una manifestación contra las leyes que pueda aprobar el Congreso de los Diputados.
Pero lo más serio es lo de los jueces. Diversos juristas han puesto de relieve que el Consejo General del Poder Judicial (caducado hace cinco años, pero con las nóminas al día) ha cometido diversas irregularidades al pronunciarse frente una ley que ni siquiera era un proyecto entrado en las Cortes. Sumar ha decidido querellarse contra ellos, aunque es probable que la cosa llegue a nada. Después de todo, los juzgarán sus pares. Y es frecuente que se muestren muy corporativos. Ahí está ese juez que se dedica a insultar al presidente del Gobierno y que sigue en el juzgado. Eso sí, se le ha abierto una investigación, que es lo más parecido a poner tiempo por medio para que todo quede en nada.
El problema de la judicatura no es que sea de derechas. Como ciudadano, cada juez tiene derecho a ser de lo que le dé la gana. Como jueces, no. Su misión es establecer si un acusado cometió o no cometió los delitos que la fiscalía o la acusación privada le imputan. En vez de ello, sostienen que son los intérpretes de la ley. Y los únicos que saben leer. Eso les permite hacer cuanto les plazca. Ahí está el juez Manuel García Castellón: cuatro años procesando a Podemos con asuntos que la fiscalía sostiene que no son delictivos. Varios años más con el caso Tsunami sin hacer nada y ahora precipitando las resoluciones de modo que puedan entorpecer las decisiones del Gobierno.
Una tontería, porque el Gobierno, por sí solo, es ya capaz de no pocas torpezas. Y cuando se le critica, pide amparo al CGPJ que, por supuesto, se apresura a dárselo. No ha tenido tanta prisa para averiguar por qué el juez del caso Neurona, Juan José Escalonilla, lleva años investigando si Pablo Iglesias e Irene Montero pagaban a una amiga por hacerles de canguro.
Ellos todo lo hacen bien. Siempre. Que esto sea estadísticamente improbable no altera la verdad de la verdad.
Quizás sería hora de crear una jurisdicción especial que juzgara única y exclusivamente los casos en los que estuvieran implicados los jueces. Alguien que defienda a la ciudadanía de sus señorías. Si la policía tiene un departamento de asuntos internos, ¿por qué no los jueces? Pero que no sean también jueces.
De momento, ni jueces ni obispos ni policías ni rezadores de rosarios pueden ser cuestionados, porque lo único que les mueve es la llamada de la patria. Lo que no saben es que para efectuarla ha sido subcontratado un call center situado en el norte de África. Es más barato y evita el absurdo patriotismo de pagar impuestos.