Llega el aroma de la Navidad, que se abre paso como cada año con la personal banda sonora de Mariah Carey y con el resplandor de las luces sobre la ciudad. La archiconocida canción de la cantante estadounidense incita al ánimo, necesario en estos tiempos convulsos e inquietantes, pero la iluminación navideña en las calles de Barcelona se queda, como es habitual, a medio camino en el intento de esbozar un cambio de humor a la ciudadanía.
El paseo de Gràcia y el paseo de Sant Joan, en esta edición, sobresalen de la monotonía y empobrecimiento general que tiene la iluminación de nuestra perla del Mediterráneo. De todos modos, tampoco se crean ustedes, seguro que ya lo han comprobado, que los destellos lumínicos de esas dos arterias principales provocan un brillo cegador.
Vivimos siempre en un quiero y no puedo en esta ciudad y, la verdad, es una pena. Las luces del paseo de Gràcia, de diseño esmerado, no refulgen como lo hacen otros centros de otras urbes en el mundo. Y que conste que tampoco es necesario imitar a Vigo o a Badalona. Barcelona debe tener su personalidad, pero hoy es factible cumplir con los criterios de sostenibilidad y gozar de una potencia lumínica que no recuerde a aquellos años en los que la potencia eléctrica común en la ciudad era de 125 voltios.
Los comerciantes han exhibido sus quejas tras el encendido general de la iluminación en la ciudad. No es para menos. Lamentan el horario –finaliza a las diez de la noche entre semana– y ponen el dedo en la llaga, como apuntó el presidente de la asociación de comerciantes del paseo de Gràcia, Luis Sans, en la falta de ambición colectiva. Habría que disfrutar más de la Navidad, por el bien de los negocios y de la actividad en el centro de la ciudad. Quizá se tendría que aplicar una red de iluminación que cubriera más calles de Barcelona y, por supuesto, abandonar los complejos que han perjudicado tanto a esta urbe en los últimos años.
Luces de verdad para una capital que desea recuperar el vigor. Los gestos, no lo duden, son importantes para conseguir los objetivos y, por supuesto, que haya ilusión y entusiasmo en la calle sería sin duda una magnífica noticia para el ánimo y los negocios de Barcelona si no queremos que esa tristeza colectiva acabe por pasar una factura impagable. Ya tenemos otras cuestiones de preocupación, como la sequía o los daños que provocan en el tejido productivo determinadas decisiones políticas. ¿Seremos capaces de darle un vuelco al estado de ánimo global? Veremos. De momento tendremos que ponernos en bucle All I want for Christmas is you.