Argentina, una vez más, está en el abismo y parece que ha querido dar un paso al frente. Los candidatos a la presidencia de la nación son en sí mismos un fiel reflejo de la encrucijada que vive el país. Por un lado, se presentaba el ministro de Economía responsable de una inflación anual del 140% y de una caída del valor del peso del 50% en un año. Por otro, un telepredicador, histriónico autor de propuestas imposibles, autodenominado anarcoliberal.
Populismo de izquierdas frente a populismo de derechas, o de algo parecido a la derecha. Al final ha ganado lo desconocido frente al heredero de las políticas que han llevado al país a la ruina. Más vale malo por conocer que malo sobradamente conocido.
Argentina es, probablemente, el país del mundo donde la torpeza cuando no el latrocinio de sus políticos más daño ha hecho. País con recursos naturales para aburrir ha ido construyendo una historia de país fallido por la poca credibilidad de sus dirigentes.
El populismo de izquierdas instaurando por el peronismo y mutado en kirchnerismo ha logrado arruinar la imagen internacional del que fuese el país más rico del mundo a finales del siglo XIX. Argentina pugna con Venezuela por ser una de las peores economías mundiales, quedando ya en la antesala de los países pobres de solemnidad, y eso a pesar de ser una potencia agrícola, ganadera, minera y energética.
La decadencia argentina solo se explica por el poco respeto que han tenido sus dirigentes a las cuentas públicas. Sus dirigentes se aguantan en el poder mediante subvenciones y paguitas, haciendo crecer el déficit y la deuda sin mesura, lo que le lleva a sucesivas devaluaciones e impagos de la deuda.
Argentina es un país nada fiable para los inversores, como demuestran las sucesivas quitas a la deuda, tres en lo que llevamos de siglo, cuando no las reprivatizaciones o expropiaciones. La seguridad jurídica en el mundo empresarial es casi inexistente.
Como ejemplo de la realidad argentina, la viuda de presidente y expresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue condenada en primera instancia a seis años de prisión e inhabilitación de por vida por delitos de corrupción. Por supuesto que ella alegó lawfare, pero la justicia argentina es de las pocas instituciones que sobreviven con más que dignidad, y eso a pesar de que más de un juez y fiscal se han dejado la vida en el empeño.
Con un país donde 22 millones de sus 44 millones de habitantes reciben algún tipo de ayuda vital mediante planes sociales, donde el 45% se encuentra por debajo del umbral de pobreza, sin una clase empresarial comprometida con el país y sin dinero para hacer frente a los próximos vencimientos de deuda, los argentinos se aferran a la esperanza de un candidato histriónico cuya principal promesa es la dolarización de la economía.
No se trata de forzar el cambio del peso para que valga un dólar, tal y como hicieron en 1991 Menem y su ministro Cavallo, sino directamente de nominar toda la economía en dólares. El gran problema es que el Estado no tiene dólares suficientes para canjear todos los pesos, por lo que habrá que ver cómo se implementa esta medida, con la agravante que el presidente electo carece de poder suficiente en el Parlamento para apoyarla (15% de diputados y 10% de senadores). Necesitará el apoyo del partido de Macri y, sobre todo, aguantar media legislatura a medio gas hasta que se renueve el Parlamento, claro que Milei no creo que sepa lo que es ir a medio gas.
El país que más inmigración europea ha atraído, el que ha sido muy generoso con la España y la Europa de posguerra, el que se ha autodefinido más como “europeo” que sudamericano se encuentra, una vez más, en una situación crítica. La gran diferencia es que ahora tendrá al frente a un populista de derechas y habrá que ver cómo responden los sindicatos y las fuerzas “oscuras” del peronismo. Ojalá les salga todo bien, pero no lo tienen nada sencillo. En cualquier caso, la lista de países destrozados por el populismo de izquierdas cada vez es mayor: Cuba, Venezuela, Argentina… una pena.