El debate sobre la ley de amnistía en el Parlamento Europeo ofreció una imagen desoladora. Fue penosa la escasísima asistencia de diputados, aunque dicen que hubo algo más de lo habitual en este tipo de debates. La pésima impresión que dio esta institución fue aún más grave por el simplismo argumental en la mayoría de las intervenciones de sus señorías.
El vocerío del izquierdista andaluz Manu Pineda estuvo trufado de mitineras referencias a una historia de malos peliculeros: fachas y demás franquistas. Le acompañó el otrora comunista vasco y ahora nacionalista español Hermann Tertsch con su griterío contra los otros malos, ante las carcajadas en la última fila de los prófugos aludidos.
Algo más comedido estuvo el voxista Buxadé, aunque terminó con una exclamación celebrando el mes de Noviembre (sic). A las proclamas y vivas de Dolors Montserrat en favor de España y Europa, solo le faltó una reivindicación de un universo Marvel europeo: Hércules, Thor, Capitán Europa…
El hipervictimismo separatista del calderí Jordi Solé cayó en el más absoluto de los ridículos cuando denunció el espionaje con Pegasus de sus móviles por sus aliados socialistas. El escudero Toni Comín fue más entretenido y se inventó una historia sobre el lawfare de la justicia española, que debe ser la que le han dicho que le va a comprar el dúo Sánchez-Santos.
La pareja Iratxe García y Javi López repitieron como tristes robots las cansinas consignas de Sánchez y sus fontaneros: los populares no aceptan el resultado de las elecciones. Entre tanto disparate nacional, Adrián Vázquez pareció algo más sensato, pero fue tan triste su breve intervención que, si hubiera estado tocando en una esquina o en el metro, se hubiese merecido alguna monedilla.
Ante el peculiar terrario que conforman nuestros europarlamentarios, el comisario Didier Reynders se lavó previa y ligeramente las manos, al concluir que Cataluña es un asunto interno de España. Cabe preguntarse si esta actitud continuará siendo la misma si el pactado y clandestino “verificador internacional” de turno dice lo contrario en Ginebra. La primera conclusión es que a Europa no le parece interesar demasiado el conflicto entre españoles sobre la amnistía y la consiguiente devaluación del Estado de derecho.
Es sabido que la capacidad de la Comisión Europea para gobernar depende, en gran medida, de la capacidad de los Gobiernos de los diferentes Estados para gobernarse a sí mismos. La actual tensión político-constitucional entre Gobierno y oposición puede crear un vacío de poder en España que movilice aún más a grupos de ciudadanos en uno u otro sentido.
Ya se experimentó esta situación, entre 2012 y 2017, como resultado del tancredismo de Rajoy y la obsesión golpista de los independentistas. Al final tuvo que ser el Rey, ausente hasta entonces, el que ejerciera de árbitro y pitara el final de la primera parte de la contienda. El Tribunal Supremo tuvo que arbitrar el segundo tiempo con el resultado final conocido.
No es una excepción española, en la historia de Europa se han vivido muchas revueltas, motines y protestas de todo tipo entre élites locales y representantes del rey en territorios alejados del lugar de residencia del monarca. Esa ausencia no suponía necesariamente un vacío soberano. Llegado el momento, si el conflicto generaba una gran alteración política o una violencia destructiva, el monarca solía intervenir como árbitro para restaurar el orden, que no necesariamente era el anterior. Según el caso, las consecuencias fueron desde condenas y ajusticiamientos colectivos hasta indultos generales.
Vista la deriva bloquista que Sánchez y Feijóo se han empeñado en ahondar, es bastante posible que en los próximos meses la Europa ausente tenga que intervenir. La distancia de la autoridad europea puede ser interpretada positivamente porque facilita su labor mediadora, por encima de rivalidades locales. A la primera parte de intervención política con las respectivas sanciones, le puede suceder un segundo tiempo con el arbitraje del TJUE. La crisis es grave y sigue abierta, su resolución será la mejor fortaleza, para todos, incluida la débil y burócrata Unión Europea.