El resultado de la investidura de la amnistía no ofreció ninguna sorpresa. Pedro Sánchez consiguió 179 votos (PSOE, Sumar, ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG y Coalición Canaria) frente a los 171 de PP, Vox y Unión del Pueblo Navarro. Pese a esta votación tan holgada, todo el debate anticipó que la legislatura no será un camino de rosas para el nuevo Gobierno de coalición PSOE-Sumar que se anunciará posiblemente este fin de semana.
La legislatura no será fácil por dos razones. La primera, la oposición implacable que ejercerán la derecha y la extrema derecha en las instituciones y en la calle. Y la segunda, y quizá más decisiva, por la desconfianza entre el PSOE y algunos de sus socios, principalmente los partidos independentistas catalanes ERC y Junts, singularmente este último.
En la tarde del miércoles, la intervención de Míriam Nogueras, portavoz de Junts, ya adelantó lo que puede ocurrir durante toda la legislatura. Pese a que el PSOE se había tragado la narrativa independentista en su acuerdo con Junts, a Nogueras (y a Carles Puigdemont) no le gustó la parte del discurso de Sánchez sobre la amnistía, que, según Junts, presentó como un mero perdón, y también le chirriaron palabras como "diálogo", en vez de negociación, "reencuentro" o "convivencia".
Las menciones a la convivencia, 12 en el discurso del candidato, irritan especialmente a Junts porque no acepta, contra toda evidencia, que los independentistas rompieran la convivencia en Cataluña durante el procés. Así que Nogueras flirteó con la abstención hasta que Sánchez reafirmó en su réplica que cumpliría todos los puntos del acuerdo. Finalmente, Junts votó sí, pero la primera piedra en el pedregoso camino de la legislatura ya estaba colocada.
El episodio no se puede entender sin la pelea constante entre ERC y Junts para apropiarse del liderazgo del independentismo. Hasta en dos ocasiones dijo Nogueras que para hacer lo mismo que en los últimos cuatro años --periodo de los pactos entre el PSOE y ERC--, a Junts no lo necesitaban.
Puigdemont quiere, pues, desbordar en los pactos a ERC y que el PSOE cambie el lenguaje para adaptarlo a las exigencias de Junts. Esquerra también lanzó un aviso a Sánchez, pero nada que ver con el número de circo montado por los posconvergentes.
Otra dificultad que pende sobre la estabilidad de la legislatura es la casi cantada ruptura entre Podemos y Sumar, que puede arrastrar al grupo mixto a los cinco diputados de la formación dirigida por Pablo Iglesias, sin cargo orgánico. Iglesias es como Puigdemont, que decide en Junts sin figurar en la dirección.
Más allá de la investidura, que centró todo el debate, el rechazo a la derecha y a la ultraderecha es el pegamento que une a los socios de Sánchez, quien, durante los primeros 45 minutos de su discurso inicial, se refirió a la confrontación mundial entre la derecha y la ultraderecha frente al progresismo, la derecha reaccionaria frente a los partidos de progreso.
Puso ejemplos de Europa y de Estados Unidos, para acabar llegando a lo que le interesaba, la alianza en España de PP y Vox frente a las fuerzas de izquierdas, acompañadas por otros partidos que, sin serlo, no admiten ninguna alianza con los ultras.
Lo dejó muy claro el portavoz del PNV, Aitor Esteban, en una brillante intervención, en la que reafirmó que nunca se integrarán en una alianza en la que esté el partido de Santiago Abascal. Y eso que el PNV es el partido que podría estar más cerca del PP si Alberto Núñez Feijóo se distancia de Vox.
No parece que eso vaya a ocurrir por el momento, si tenemos en cuenta el duro discurso de Feijóo, en el que acusó a Sánchez de “fraude electoral”, de “corrupción política” y de “comprar votos” por haberse presentado a las elecciones sin incluir la amnistía en el programa, como si José María Aznar hubiese llevado en el suyo las concesiones --supresión de gobernadores civiles, traspaso del tráfico a los Mossos, cesión del 30% del IRPF, entre otras-- que hizo en 1996 a Jordi Pujol en el pacto del Majestic.
Feijóo, de todas formas, quedó lejos de los exabruptos de Abascal, que habló de golpe de Estado y comparó a Sánchez con Hitler. Pero, pese a la distancia, Vox es el único partido con el que el PP puede pactar, una muestra de su aislamiento.
La amnistía, a la que Sánchez dedicó 15 minutos de su discurso de una hora y 45 minutos, acaparó el resto del debate. El candidato fue sincero al reconocer que la ley de amnistía se presentaba para poder formar el Gobierno de coalición: “Las circunstancias son las que son y toca hacer de la necesidad virtud”, afirmó.
No explicó a fondo, sin embargo, otras razones que justificarían la presentación de la ley, aparte de las apelaciones a la convivencia, a normalizar la situación en Cataluña y a renegar de lo que hizo el PP en 2017 --“que condujo al desastre”-- para ensayar una nueva fórmula para abordar el conflicto independentista catalán.
De los resultados de esta arriesgada apuesta dependerá que la amnistía, cuya exposición de motivos es razonable y se aleja del pacto PSOE-Junts, haya valido la pena o acabe con la carrera política de Sánchez. Porque, pese a que se apruebe por 179 votos, seguirá sin alcanzar el consenso que sería necesario y seguirá contando con la oposición de buena parte de la sociedad española.