Mientras la parroquia independentista de Cataluña sigue pellizcándose de alegría por comprobar como el Gobierno está dispuesto a transferir una parte del servicio de Rodalies si finalmente se firma el pacto para que Pedro Sánchez siga gobernando, los nubarrones que amenazan a la movilidad en Cataluña no escampan. Y no lo harán por ese cambio de titularidad. Existe en nuestra tierra una especie de supremacismo naif para el que cuando un asunto está bajo la responsabilidad de un catalán, ya podemos abrir las botellas de cava. A lo largo de la historia ha sido así muchas veces, pero llevamos unos decenios en los que ni los catalanes somos los poseedores del secreto del Santo Grial, ni tampoco convertimos en oro todo lo que tocamos como compensación por ser un pueblo tan perseguido.
Si hay pacto definitivo de gobierno Cataluña recibirá un dineral para hacer frente a la responsabilidad de que las Rodalies funcionen. Después de años de críticas, ataques y exabruptos hacia Madrid por permitir, e incluso alentar, un servicio deficiente de los trenes que cubren las comarcas catalanas, ahora llegará la hora de la verdad. Cataluña tendrá el dinero y deberá aplicar su talento para que todo lo que hasta ahora era un arma arrojadiza contra la pérfida patria española se transforme en la Arcadia feliz independentista que cuando toca con su manto una responsabilidad, ésta se transforma en carroza. Es cierto que el esfuerzo del Gobierno de España ha tenido etapas mejorables respecto al volumen de inversión en Cataluña, criticado hasta la saciedad por los medios más cercanos a las tesis independentistas. Algunas veces con razón, otras muchas utilizando la queja como un agitador populista para enervar a las masas. Pero esto ahora cambiará. Veremos si los gestores de la Generalitat son tan brillantes como se les exigía a los de Madrid, y observaremos con atención si los errores (porque a partir de ahora desaparecerá la mala fe) que afecten gravemente a los usuarios de Rodalies ocupan un espacio destacado en las portadas y en los informativos como ha ocurrido hasta ahora. Para todos aquellos que consideran que las Cercanías en Madrid funcionan como un reloj en contraposición a lo que ocurre en Cataluña, les voy a dar un dato: es falso. En Madrid hay casi tantos líos como ocurre con la red ferroviaria catalana pero los incidentes no van cargados de odio identitario y por tanto su recorrido mediático es menor.
El traspaso ferroviario es un regalo envenenado. Ya no habrá queja posible frente al enemigo español y en cambio sí que puede existir una reivindicación seria de exigir mejor funcionamiento del servicio. Cataluña además afrontará esta etapa en un momento muy delicado respecto al impulso que debe tomar el transporte público metropolitano. Las ciudades, especialmente Barcelona, luchan por ponerle las cosas difíciles al transporte privado y en cambio la red pública no mejora lo necesario. A veces no hay nada peor que pedir, porque si te conceden el deseo, éste en lugar de tener un color púrpura pasa por adoptar un amenazante tono de marrón oscuro.