El regreso de Carles Puigdemont al centro de la vida política ha despertado todo tipo de emociones, desde la indignación radical de los conservadores españoles a la estupefacción inicial de los socialistas, que han transitado a toda velocidad de la negación a agarrarse a Junts para formar Gobierno. Pero la reacción más interesante es la de parte de las élites catalanas, a medida que se acerca el retorno de Puigdemont por la puerta grande.

En una primera fase, previa la fallida declaración de independencia de octubre de 2017, buena parte de la clase dirigente empresarial e intelectual se mostraba cercana al procés o, por lo menos, lo legitimaba desde su silencio. Sin embargo, tras el desastre, se tardó muy poco en pasar a señalar a Puigdemont y los suyos como los responsables máximos de un desastre monumental, cuyas consecuencias seguiremos acarreando durante años. Y, desde hace unas semanas, a medida que se avista la amnistía, se percibe una nueva mutación en la actitud de dicha clase dirigente que ahora, tan tranquilamente, empieza a enaltecer el retorno del expresident al centro de la política activa.

Sin entrar en las consecuencias de ese dislate de negociación entre socialistas e independentistas para formar gobierno, lo más chocante y preocupante para Cataluña es esta actitud de una parte notable de sus dirigentes. Nada nuevo, pues su falta de coraje cívico para decir en público lo que susurraba en privado, ya alimentó ese dramático otoño de 2017; un escenario de enfrentamiento y desorientación que, afortunadamente, íbamos dejando atrás.

La formación de un nuevo Gobierno en España traerá la amnistía, los traspasos de competencias y la condonación de deuda catalana, que se extenderá inevitablemente al resto de comunidades en situación similar. Pero el retorno de Puigdemont puede, perfectamente, alterar de manera nada deseable el clima de sensatez que parecía retornar a Cataluña. Cabría confiar que las experiencias vividas hace pocos años sirvieran de antídoto y que nuestras élites asumieran su papel de liderazgo cívico para, sencillamente, expresarse en libertad. Pero, más bien, tenderán a acomodarse al que perciban como ganador. Lo de siempre, ya lo decía Julio Iglesias: la vida sigue igual.