De todos los formatos que el incivismo tiene de manifestarse en Barcelona y su área metropolitana son los patinetes su exponente más peligroso e incontrolable. El asunto viene a colación de la protesta que han ejercido los patinetistas en el centro de la ciudad a raíz de la prórroga que prohíbe a dichos artilugios acceder al transporte público.
Ese veto, originado por la aparición de determinados incidentes que han alertado sobre la seguridad de sus baterías, ha irritado a los usuarios y ha provocado que las calles y aceras de la ciudad acaben siendo tomadas, más si cabe, por estos aparatos.
La medida parece adecuada a la espera de tener más certezas sobre la seguridad de los patinetes, pero el gran problema que desprende la conducción de ese vehículo seguimos sin tenerlo regulado. El infierno que suponen los patinetes no es tanto cuando bajan al andén si no cuando circulan a una velocidad inadecuada, por cualquier superficie terrestre, sin ampararse a ninguna norma de tráfico y con escasa convicción de sentido común. La generalización, como pasa habitualmente, es injusta pero el porcentaje de incívicos que atemorizan al respetable es excesivo. No hay semáforos rojos para ellos. Como tampoco existe distinción entre carriles bici y aceras o calzadas.
Tampoco tienen mucha idea, o eso dicen, de cuál es la dirección que deben seguir en las calles o en los carriles bici que ya llevan predeterminado un sentido de la marcha. ¿Les suenan todas estas lindezas a bordo de un pequeño vehículo sin matrícula ni seguro? ¿Recuerdan cuando una abuela o un hombre despistado deben dar un respingo para evitar ser derribados en un santiamén? Esa es la realidad de nuestras calles. Para un conductor de patinete que circula por el carril bici y se detiene cuando tiene el semáforo en rojo calculen ustedes otros 49 que están aquejados de un daltonismo preocupante. También resulta sorprendente el agriado carácter que exhiben cuando son interpelados por algún peatón, situación que cualquier día de estos provocará un incidente serio y no será de circulación si no de orden público.
Visto el panorama, sería interesante que las Administraciones que se han apresurado a regular el acceso de los patinetes al transporte público se tomaran más en serio el asunto y endurecieran las medidas a cumplir en la calle. Tampoco se trata de pedir la luna. Muchas medidas ya figuran en los códigos y en la normativa existente. El problema es el control. Los patinetes, y también las bicicletas, no van identificados y habría que evolucionar en ese sentido. Conseguir poner en marcha los elementos más puros de la Smart city para lograr un control automático del recorrido de dichos vehículos es necesario. Eso, o poblar de guardia urbana las calles de la ciudad para que se cumplan las normas.
A partir de ahí, unas multas interesantes y, por supuesto, lo más difícil: que se cobren. Si se logra corregir el control de ese incivismo les aseguro que, o habrá menos patinetes, o serán más sensatos al manillar. Ya saben ustedes que el sentido común crece en la misma proporción que el reproche mengua la cuenta corriente.